Capítulo 1)¡Yo me opongo!

978 56 0
                                    


 

           

  MARI no se esperaba que fuera tan fácil, pero hasta el momento su presencia pasaba inadvertida en la calle acordonada. Nadie había cuestionado su presencia entre las otras mujeres mientras intentaba guardar el equilibrio sobre sus altos tacones, temiendo que un tropezón quedara registrado para la posteridad por los fotógrafos que se agolpaban al otro lado de la barrera. 

                          ¡Tenía preocupaciones mayores que los tacones!

  «Relájate, Mari». Un atisbo de sonrisa asomó a sus labios. Al fin y al cabo solo estaba siguiendo las indicaciones del médico. Pero dudaba que el bienintencionado doctor hubiera pensado en... eso cuando advirtió que no podía agarrar una taza con su temblorosa mano y la echó del hospital durante veinticuatro horas.

  –Te avisaremos si hay algún cambio. Vete a casa –la había animado– . Come bien y descansa un poco. Tienes que cambiar de ambiente y ocupar tu cabeza con algo. Ya sé que es difícil, pero no le harás ningún bien a tu hermano si caes rendida. Lo he visto otras veces, te lo aseguro.

  Si hubiera tenido fuerzas, se habría echado a reír ante la idea de abandonar a su hermano. Pero el sentido común le dijo que el médico tenía razón, de modo que no protestó cuando él llamó un taxi. Tampoco era que tuviese intención de ausentarse mucho tiempo; tan solo el necesario para darse una ducha y cambiarse de ropa.

  Después de ducharse se comió un sándwich sin tener apetito mientras divagaba delante de la televisión encendida. ¿Y si...? Las dudas la asaltaban sin descanso, hasta que el agotamiento hizo mella y empezó a quedarse dormida en el sillón. Pero entonces oyó un nombre que la hizo desperezarse de golpe y subir rápidamente el volumen del televisor mientras una ola de odio visceral barría los restos de la fatiga.

  La presentadora de las noticias estaba contando la vida del novio y la novia de lo que se consideraba «la boda del año».

      Dios... ¿Había sido aquel día?

  Permaneció sentada, invadida por el dolor y el resentimiento, mirando fijamente a la mujer que hablaba por el micrófono mientras se mostraban imágenes de la novia, hermosa y radiante, y del novio, aún más atractivo que ella, mirando con desprecio algo o a alguien al otro lado de la cámara. 

  Mari sabía todo lo que necesitaba saber de Seb Rey-Defoe y de su novia, y en su opinión estaban hechos el uno para el otro. La novia, Elise Hall-Prentice, una despampanante belleza cuyo salto a la fama se debía a su participación en un reality show.

  Aquella mujer era más falsa que Judas y hasta una sabandija tenía más empatía que ella.

  Y aquel era su día... Todo sería perfecto para la feliz pareja mientras el pobre Mark yacía en una cama del hospital y ella seguiría siendo virgen. ¿Por qué era todo tan injusto?

  Porque la vida era injusta, pensó. Estaba a punto de apagar la tele, que en ese momento emitía las imágenes de los invitados VIP ataviados con túnicas árabes descendiendo de los helicópteros, cuando dejó caer el mando a distancia y abrió los ojos como platos... ¿Y si algo, o alguien, echaba a perder el día perfecto? Se le escapó una carcajada de nervios y entusiasmo... ¿Por qué no?

  ¿Por qué todo debería ser como quisiera él? ¿Por qué podía pasar por la vida sin que nada lo afectara, protegido por su inmensa fortuna y poder? La vida de Mari y la de su hermano había sufrido un giro dramático por culpa de aquel hombre, quien seguramente se había olvidado de que existían... Tal vez fuera el momento de recordárselo.

  El cansancio la abandonó por completo, dejando paso a un propósito claro y decidido. Fue al armario y sacó el vestido azul. Aquel hombre la había humillado en público, y ella iba a pagarle con la misma moneda...

La  Mujer PelirrojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora