Capítulo 5)Estaremos en contacto

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  EL BROTE de esperanza fue rápidamente engullido por una deprimente ola de realismo. Él no era un hada madrina. De hecho, no había una analogía menos apropiada.

  –Y también pagaré la rehabilitación y el seguimiento.

  –¿Por qué? –cuando las cosas parecían demasiado buenas para ser ciertas era por una buena razón.

  No pudo evitarlo y lo recorrió con la mirada de arriba abajo. Pero mientras bajaba la vista por su chaqueta gris marengo, su camisa blanca y su corbata borgoña supo que la reacción de sus músculos no estaba provocada por el odio ni el resentimiento. Lo cual era absurdo, pues nunca le habían gustado los metrosexuales. Su vanidad le resultaba odiosa. La perfección física no resultaba nada atractiva cuando iba acompañada con un aura abrumadora de superioridad.

         Por desgracia sus hormonas no pensaban lo mismo...

  –Tranquila, no hay ningún compromiso –dijo él con una media sonrisa.

  Ella se apartó un mechón que el viento le había pegado a la cara. La misma ráfaga que ponía de punta los cortos cabellos oscuros de Sebastian.

  –¡No aceptaría tu caridad ni aunque mi vida dependiera de ello!   –No hace falta que lo jures, pero... no es tu vida de la que estamos hablando, ¿verdad?

                 Ella se puso colorada.

               –Tenemos un servicio de salud muy eficiente.

  Su cabezonería estaba minando la paciencia de Seb. Lo cual era absurdo, teniendo en cuenta que todo su plan descansaba en el orgullo de Mari.

  –Cierto, pero también está sobrecargado. Sacar a tu hermano de ese hospital permitiría que otro paciente se beneficiara de las instalaciones.

  –¿Un paciente que no tenga un benefactor? Gracias, pero no –negó con la cabeza y lo miró fríamente–. Podemos arreglárnoslas solos y no aceptamos la caridad de nadie.

  –Pues no lo veas como una muestra de caridad, ¿o vas a anteponer tu orgullo al bienestar de tu hermano?

  «¿Y ahora quién está siendo manipulador, Seb?».

         El comentario le hizo daño. Mari tragó saliva y se prohibió llorar delante de aquel hombre.

          –Considéralo un préstamo.

  Mari perdió toda esperanza. Había visto lo que costaba el tratamiento en el folleto.

  –Nunca podríamos devolvértelo... –pero ¿de verdad podría quedarse de brazos cruzados viendo la agonía de su hermano?

      Él arqueó una ceja.

  –Me da la impresión de que tu hermano tiene una visión de la caridad mucho más pragmática que la tuya. ¿Me equivoco?

  No, no se equivocaba, maldito fuera. Si rechazaba aquella oferta, Mark nunca se lo perdonaría, y si la aceptaba no podría vivir en paz consigo misma.

              Hiciera lo que hiciera, estaba perdida.

  –¿Por qué no se lo has ofrecido directamente a él, sin meterme a mí en esto?

      –Quería ver si eres tan cabezota y orgullosa como creía...

  –Entonces, ¿no era más que una prueba retorcida? Y como seguramente no la he superado ahora nos castigarás a los...

La  Mujer PelirrojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora