Capítulo 11)A mí me has tenido desde el primer momento en que te vi

800 62 2
                                    

 

           

  AL RECUPERAR la sensibilidad en sus paralizados miembros,

Mari subió los escalones de dos en dos con el corazón desbocado.

  Para cuando llegó a la habitación, donde ya tenía la ropa preparada, había vuelto a la realidad. Seb había esperado para decírselo hasta saber que estaba embarazada. Y además, ¿qué había dicho? «Estoy solo». Podría significar que no tenía nada mejor que hacer.   ¿Estaría viendo y oyendo lo que quería ver y oír?

  Cerró los ojos y se presionó las sienes para detener el diálogo interior antes de que le explotara la cabeza. No sería una imagen muy decorosa para una perfecta anfitriona.

       Abrió los ojos y se tiró de la manga del jersey para ver la hora.

          –¡Dios mío!

  Se desnudó a toda prisa y entró en el baño, donde vació medio frasco de aceite en la bañera y abrió los grifos al máximo. Cuando la bañera estuvo llena, se sujetó descuidadamente el pelo en lo alto de la cabeza y se metió en el agua.

  Al ponerse el vestido negro, clásico y sexy al mismo tiempo, había conseguido recuperar la compostura, aunque solo superficialmente. Por dentro estaba tan nerviosa que no sabía si podría esperar a que Seb le explicara qué demonios había querido decir. Tenía el horrible presentimiento de que nada más verlo haría una estupidez, como decirle que lo amaba.

  Y si lo hacía, él saldría corriendo, se echaría a reír en su cara o... Cualquier cosa sería preferible a aquella espantosa incertidumbre.

           

           

  Seb se sacó el estuche del bolsillo. Debería haber sido un anillo, pensó mientras lo abría y contemplaba el collar de zafiros que le había llamado la atención al pasar frente a una joyería. Se los imaginaba alrededor de su esbelto cuello, del mismo color que sus ojos. Volvió a guardarse el estuche y se recostó en el sillón frente a la chimenea.   Un sexto sentido le hizo levantar la mirada justo cuando una figura apareció en la puerta que daba al jardín. El mono que llevaba puesto lucía el logotipo de la empresa de catering contratada para la cena.

         Lo primero que pensó fue que se había perdido, pero su forma de moverse dejaba claras sus intenciones. El hombre miró por encima del hombro para asegurarse de que nadie lo veía y entró en la biblioteca.

  –Qué bonito –murmuró mientras miraba las estanterías llenas de libros a su alrededor. El espejo estaba colocado de tal modo que Seb podía ver al intruso sin que él advirtiera su presencia.

  El hombre fue ganando confianza e incluso empezó a silbar mientras agarraba los objetos para examinarlos como si fuera un experto. Debía de tener buen ojo, al menos para su precio, porque los más valiosos se los metía en el bolsillo.

  Se fijó en el armario que contenía la colección de plata del abuelo de Seb, y fue entonces cuando Seb le vio el rostro por primera vez.

  La curiosidad inicial se transformó en algo más personal y frío, mucho más frío, al reconocerlo. Pero un pensamiento más acuciante le hizo desviar la mirada hacia la puerta. Mari entraría en cualquier momento, y Seb no quería presentarle a aquel hombre. Sintió un leve remordimiento, pero se recordó que, si Mari hubiera querido conocer a su padre, lo habría buscado ella misma.

  Cuando Seb decidió investigar a la familia biológica de Mari tuvo que enfrentarse al dilema moral, pero siguió adelante a pesar de las dudas, movido por el deseo de encontrar a la madre que Mari anhelaba conocer.   Al conseguir la información, sin embargo, descubrió que su madre había muerto por una sobredosis después de haber abandonado a sus hijos.   Pero Amanda también era una víctima. El verdadero malvado de la historia era su amante, el padre de Mari, un hombre casado que había cumplido condena por bigamia. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?   No era el momento de saberlo. La prioridad era asegurarse de que no se encontrara con Mari.

La  Mujer PelirrojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora