Capítulo 7)No, nada

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  AUNQUE era casi medianoche, el calor del verano español la golpeó nada más bajarse del coche. Se concentró en las sensaciones físicas e intentó no pensar en la inquietud que llevaba oprimiéndole el pecho durante todo el viaje.

  No soplaba ni la más ligera brisa. El último kilómetro y medio había transcurrido a través de lo que parecía un bosque de pinos, y el olor de los árboles impregnaba el aire, denso y agobiantemente caluroso.

  Sacó su móvil y le envió un mensaje de buenas noches a su hermano.   –Es el décimo mensaje que le mandas –observó Seb. Lo sacaba de quicio que su hermano la estuviera usando sin que ella se diera cuenta. Y también su silencio sepulcral. No le había dirigido la palabra en todo el viaje, pero sí había seducido con su encanto natural al auxiliar de vuelo–. Veo que me equivoqué... Hay mujeres que saben mantener la boca cerrada.   Mari se indignó. Sebastian apenas había dicho nada durante todo el trayecto, ¿y solo rompía el silencio para criticarla?

  –Si me hubieras hablado te habría respondido. Y si le mando mensajes a mi hermano es porque me preocupo por él –no quiso decirle que ni uno solo de esos mensajes había recibido respuesta.

  Él giró la cabeza para examinar su perfil.

                 –¿Te estaría agradecido si supiera lo que has hecho por él?

     –Eres tú quien paga su tratamiento. Esto ha sido elección mía.

  –¿Y por qué no se lo has dicho?

  –Mark ya tiene bastante y no necesita sentirse responsable de... ¿De qué te ríes?

             –¿Te gusta ese mundo de fantasía en el que vives?

        Mari le lanzó una mirada de profundo desprecio.

             –Tú no puedes entenderlo.

        –Ponme a prueba.

  A Mari la sorprendió la invitación.

  –Lo quiero. Es mi hermano –no tenía por qué darle más explicaciones, pero por algún extraño motivo siguió hablando–. Sé que no es perfecto, pero no ha tenido una vida fácil, habiendo sido rechazado por su madre.

         –¿Es así cómo te sientes? ¿Rechazada?

             Mari ignoró la interrupción.

          –Dos hogares de acogida y el orfanato...

    –¿No estuviste tú en esos mismos lugares?

           Ella negó con la cabeza.

  –No lo entiendes... Él estuvo en esos lugares por mi culpa. Lo habrían adoptado enseguida cuando éramos pequeños si hubieran podido separarnos, pero no lo permitieron.

  –¿Por qué él y no tú?

  –La gente quiere niños bonitos. Mark tenía un precioso pelo rubio y rizado y unos hoyuelos adorables, no como yo.   –¿No son bonitos todos los niños pequeños?

  –Yo no. Era alérgica y tenía asma, pero lo peor eran los eczemas de mi piel. Había que pasarse horas limpiándome... –se estremeció al recordarlo–. Nadie quiere dedicarle tanto tiempo a un bebé lleno de costras ni responsabilizarse de una niña con una enfermedad cutánea crónica. Dejaron a Mark conmigo, y cada vez que una familia nos acogía mi mal genio nos llevaba de vuelta al orfanato. Así que ya ves... Sin mí, Mark habría podido tener una vida muy distinta –había que estar desesperada para abandonar a dos niños, pero ¿y si solo hubiera sido uno...?

La  Mujer PelirrojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora