Capítulo 10)Lima con tónica y mucho hielo

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  NADA más aterrizar empezó a sonar el móvil de Mari. Tenía una docena de llamadas perdidas y el doble de mensajes de texto, todos de su hermano.

  Le bastó con mirar por encima un par de ellos para comprobar que todos eran del mismo estilo: «¿Dónde te has metido? Ven a por mí enseguida... Los médicos me están matando».   Estaba a punto de llamarlo cuando se detuvo.

  Seb era un embustero, pero las estadísticas decían que hasta los peores mentirosos decían la verdad a veces. Había predicho que Mark reaccionaría de aquel modo, y su instinto era responder como siempre hacía.

  ¿Era el momento de romper el ciclo, no solo por ella sino también por Mark?

  Muy despacio, cerró el teléfono y volvió a meterlo en el bolso. Sabía que Seb estaba observándola, pero se negó a darle la satisfacción de saber que había seguido su consejo.

  Apenas habían intercambiado una palabra desde que dejaron España. Seb había intentado iniciar una conversación en un par de ocasiones, pero ella lo había cortado.

  De camino a la limusina se detuvo y lo miró. A pesar del resentimiento le dio un vuelco el estómago. Era increíblemente atractivo.   –Siento haber estado de malhumor –lo había criticado por no estar enamorado de ella, cuando debería estarle agradecida de que no fingiera.   Seb echó la cabeza hacia atrás, se metió las manos en los bolsillos y esbozó una breve sonrisa.

  –No me había dado cuenta. Seguramente estoy exagerando, pero si nos hubiéramos quedado en España mi abuela no nos habría dejado en paz. Si estás embarazada habrá cosas que debamos discutir en privado, sin que nadie nos oiga. Te gustará Mandeville. Es un lugar estupendo para criar a un niño... Hay mucho espacio.

  Mari se quedó atónita al ver la enorme mansión blanca con sus hileras de ventanas perfectamente simétricas. ¿Mucho espacio, decía? ¡Aquella casa era del tamaño de una ciudad!

  –Me siento abrumada –admitió–. La idea de vivir en un lugar tan imponente y tener criados...

  –Estarás muy bien. Y seguirás disfrutando de tu intimidad.

         –¿Por qué, es que no vamos a compartir habitación? –cerró los ojos y deseó haberse tragado sus palabras.

  –Mari Jones, te deseo desde el momento que te vi –Mari abrió los ojos–. Compartiremos la misma cama.

  Vio un destello en sus ojos y se preguntó si quería oír algo más. Le agarró la mano y sintió una descarga eléctrica por el brazo.

  –El sexo ha sido sensacional –no estaba enamorado de ella, simplemente la deseaba. Nada más.

  Era extraño, pensó Mari. Hasta ese momento no había sabido lo mucho que quería recibir. Mucho más de lo que él le estaba ofreciendo o de lo que jamás le ofrecería. Pero al escuchar cómo Seb se limitaba al sexo, dejó de intentar fingir que se había enamorado de él.

       ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?

  Normalmente Seb podía leerle el pensamiento, pero no logró interpretar la mirada que ella le lanzó ni el tono de su voz.

         –¿Qué tal si nos limitamos a pasarlo bien? –le sugirió despreocupadamente.

  Él frunció el ceño. Aquella era su filosofía, y lo irritaba de manera irracional que ella le hablase de aquel modo.

     –Hasta que estemos seguros –añadió ella.

      Él asintió e intentó ignorar una extraña insatisfacción interior.

La  Mujer PelirrojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora