Capítulo 6)Unas flores

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  MARI estaba haciendo la maleta cuando sonó su móvil. Lo encontró bajo un montón de ropa interior y vio que era Chloe, la que había sido su colega desde hacía dos años. Sería una de las personas a las que Mari echaría más de menos, además de los niños.

              Pero no era el momento para lamentarse.

          –¡Hola, Chloe!

         –¿Es cierto? ¿De verdad te han despedido? –la chica no le dio tiempo a responder–. ¿Pueden hacer algo así?

  –Sí, puesto que mi contrato es temporal y acaba a final de curso – poco antes le habían insinuado que tal vez le ofrecieran un contrato indefinido, pero nada de eso iba a ocurrir–. Me darán una baja remunerada y buenas referencias.

  ¿Le daría también Sebastian buenas referencias cuando acabase su contrato? Sofocó un brote de histeria y escuchó los lamentos de su amiga.   –Me parece increíble, Mari. A mí y a todos... Eres la mejor profesora de la escuela.

  A Mari se le llenaron los ojos de lágrimas.

      –¿Qué vas a hacer?

  –Creo que haré algún viaje... –respondió vagamente, igual que había hecho el día anterior al visitar a Mark. Su hermano, a diferencia de Chloe, apenas mostró interés en sus planes. Solo sabía hablar de los preparativos para su traslado.

  –Sabía que si te tragabas el orgullo todo saldría bien –le había remachado–. No sé lo que le habrás dicho, pero está claro que ha funcionado. Seb ha hecho lo correcto.

           –No le he dicho nada. ¿Cómo sabes que ha sido él?

  –¿Quién si no? Y no pongas esa cara... Siempre te las arreglas para estropearlo todo con tu sentimiento de culpa. De esta manera todos salimos ganando... Seb podrá tener la conciencia tranquila después de rascarse el bolsillo por un pobre lisiado, y tampoco es como si me debiera nada. Al fin y al cabo estoy aquí por su culpa.

  La honestidad innata de Mari no pudo seguir soportándolo. Se sentía terriblemente culpable por no haber ayudado más a su hermano, y no perdió la ocasión que se le presentaba para descargar la culpa en otra persona.

  –Sabía que podía contar contigo, hermanita... Como siempre.   Sin embargo, al evitar mirarla a los ojos, Mari supo que sospechaba algo, pero que no quería saber cómo. Su hermano siempre había tenido el don para ignorar verdades incómodas.   Era una habilidad que Mari le envidiaba.

           

           

  Estaba esperando a que llamaran a la puerta, pero de todos modos dio un respingo al oír los golpes.

  Lo que no esperaba era que fuera a buscarla Sebastian en persona, y al verlo se quedó boquiabierta y aturdida por la ráfaga de virilidad que la arrolló como un tren de mercancías.

  Parpadeó como si saliera de un trance y confió en que sus rodillas la sostuvieran. 

  –¿Qué haces aquí? –le preguntó en un tono más acusador del que pretendía.

  Él arqueó las cejas y, sin decir nada, entró en el salón y escrutó la estrecha estancia con su mirada crítica.   –Dije a la una en punta. ¿No estás lista?

  Mari intentó ignorar sus bruscos modales y asintió fríamente, señalando la maleta que estaba en el sofá.

  –Claro que lo estoy. ¿Tengo que ponerme la diadema? –le preguntó con sarcasmo para intentar ocultar una repentina oleada de inseguridad.

La  Mujer PelirrojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora