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Recuerdo las pocas reuniones familiares a las que había asistido de pequeña. La última, la vez que nos citaron a todos para repartir la herencia de mi madre, fue hace años. Recuerdo pocas cosas de ese encuentro, supongo que estaba muy enfrascada en mis cómodos adentros como para poner atención a su banal conversación que ignoraba por completo el duelo de, evidentemente, algunos pocos. Recuerdo el vaho del pequeño cuarto; un humo de cigarrillo tan espeso que estoy segura que, de haberme animado, hubiera podido nadar en el. Mis familiares más lejanos, de eso que solo se ven en ocasiones excepcionales como esa, todos fumando habanos caros sin escrúpulos. La lista de tareas difíciles estaba encabezada por la de respirar y en segunda posición, pasándole los talones, estaba la de no insultar a todos los presentes; de haber estado en condiciones de solucionar la primera, la segunda hubiera sido una tentación irresistible. Respirar en esa lúgubre reunión era casi nada comparado con lo que era respirar en ese lugar... era Hawkins pero no lo era al mismo tiempo.

— ¡Písalo, rápido, Robin! — la voz de Nancy apenas se oía por sobre la intensa tormenta.

Robin y Nancy no habían perdido ni un minuto en correr a ayudar a Steve; quién estaba siendo mordido violentamente por una especie de murciélagos que jamás había visto. Eddie y yo, por otro muy diferente lado, estábamos aún tomados de la mano, ambos hiperventilando y con las orbes a punto de saltar de sus cuencas.

-- Lo tengo. — contestó la chica mientras aplastaba al extraño animal con el pie -- ¡Chicos, los necesitamos por aquí! — Robin, quien se encontraba forcejeando con una de las criaturas aladas, me obligó a salir de mi estado. Como si me hubiera despertado de una pesadilla, un impuso repentino se apoderó de todo mi cuerpo incorporándome en un parpadeo. Como si ignorara el peligro, avance sin cuestionarme ni por un segundo.

— ¡Alice! — Eddie gritaba para hacerse oír mientras se enderezaba tomando el remo que había quedado a su lado después del aterrizaje forzoso — ¡Espérame! — no me detuve, de todas formas el pelilargo me siguió de cerca.

Una vez había llegado al lugar del desastre me arrodille a un costado de Steve, quien comenzaba a verse evidentemente pálido, para ayudarlo a zafarse del agarre del extraño animal. Mientras tanto, Eddie, quien había llegado tan solo unos segundos después, se encargaba de espantar con el remo a todas las bestias que intentaban atacarnos. 

El forcejeo me pareció durar una eternidad que probablemente se tradujera en tiempo real a unos pocos minutos. Los gritos desesperados se mezclaban con los truenos formando un insoportable ruido capaz de sacar de quicio a cualquiera. Los resplandores de color rojo del apocalíptico cielo sobre nuestras cabezas no ayudaba ni un poco.

Por cada golpe que Nancy y Robin le proporcionaban al animal, este se retorcía aflojando el cuello de Steve lo suficiente como para que se notara pero lo suficiente para aún mantenerlo ahorcado. Por suerte, los murciélagos que le mordían el abdomen, ahora estaban siendo controlados por Eddie, quien empuñaba el remo con una ferocidad implacable.

— ¡Nancy, cuidado atrás! — Eddie advirtió demasiado tarde; la chica no llegó a reaccionar.

— ¡Dios mío, Nancy! — Robin, quien inmediatamente acudió en su ayuda, se veía casi tan desesperada como la pobre Nancy.

Steve soltó un gutural quejido cuando el bicho que lo ahorcaba lo hizo considerablemente más fuerte. Yo, como la excelente socorrista que soy, había dejado de ayudarlo cuando Nancy y Robin dejaron de golpear a la criatura. Increíblemente el chico (y a pesar de su deplorable estado) sacó fuerzas de lo más adentro de su ser logrando granjearse a sí mismo un merecido respiro. Nunca me había sentido tan inútil en la vida como en ese momento. Buscando redimirme aunque sea un poco, tomé al animal por la cola mientras tiraba de esta con fuerza. Sorprendentemente, logré (por su puesto con el increíble aporte de Steve) que la criatura desenredara completamente su cola del cuello del chico. Steve sin perder un segundo, se paró y arrancó a la pequeña bestia de mis manos que apenas podían resistir los aleteos furiosos. El mayor comenzó a golpear al animal contra el piso múltiples veces hasta hacerlo sangrar. Cuando estuvo satisfecho, lo pisó con su pie descalzo tirando de su cola con la mano hasta desgarrarlo y partirlo en dos (literalmente). Recién cuando la pequeña bestia había muerto definitivamente, el chico se percató del dolor que sentía. Nancy y Robin, que ya se habían encargado de su propia criatura, corrieron a sostenerlo una de cada brazo para evitar que cayera directo al suelo — Dios mío, Steve... — dijo Nancy con un tono de evidente preocupación.

𝕁𝕦𝕤𝕥 𝕝𝕚𝕜𝕖 𝕄𝕦𝕤𝕚𝕔 | 𝙴𝚍𝚍𝚒𝚎 𝙼𝚞𝚗𝚜𝚘𝚗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora