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La pared se sentía tan fría que tu cuerpo casi sufrió los choques térmicos por la diferencia de temperatura; tus ojos, asustados y sorprendidos, sonaban cada vez más brillantes; su obediencia, además de ser seguida estrictamente, fue notable.
Fue allí que te separaste de ese ser... Demoníaco.
Abriste la boca varias veces en un intento de cuestionar, después de todo, era la primera vez que actuaba así contigo.
❝Qué...❞ De repente, tu voz pareció quebrarse, las palabras se desconectaron en tu mente, por lo que tu cuerpo no pudo seguir la velocidad de tus pensamientos.
Los ojos del mayordomo, luego dirigidos hacia abajo, miraron amenazadoramente tus orbes. Un sentimiento de aprisionamiento y sumisión se apoderó de tu cuerpo, y tus piernas casi cedieron. ¿Qué era? ¿Qué era él? ¿Que estaba pasando?
Entonces, incluso en esa situación inusual, una sonrisa diabólica pintó el rostro oscuro del mayordomo, quien agarró tu mandíbula con fuerza, obligándote a encontrarte con sus ojos brillantes y depredadores.
❝Sebastián...❞ intentaste hablar, pero, al igual que antes, tu cuerpo te había engañado y las palabras no salían como querías. Desafortunadamente, un humano contra un demonio no tiene posibilidades de victoria.
A menos que exista un contrato entre ellos.
❝Pareces asustado... muy asustado❞ dijo el demonio más alto, todavía presionando tu cuerpo contra la superficie sólida. Se moría por devorarte, quiero decir metafóricamente. Su sonrisa sádica aún persistía en su rostro impecable. Afortunadamente o no, Sebastian Michaelis era la persona más hermosa que jamás conocerás.
La diferencia entre vosotros era incalculable.
Y lo sabías bien.
❝No hay necesidad de preocuparse, no dolerá❞ Su expresión se suavizó, y después de eso, las cosas fueron más rápido de lo te habrás dado cuenta.
Sebastian Michaelis estaba demasiado hambriento para esperar más.
Sus labios, extrañamente tentadores, por cierto, subieron para encontrarse con tu clavícula y tu cuello, perforando tu piel con sus afilados dientes. El dolor era inevitable. Sus ojos se humedecieron por la presión que se acumulaba contra tu carne, cavando más y más profundo. Era un dolor soportable, pero seguro que no querías volver a experimentarlo. El color escarlata de tu sangre corría lentamente por tus ropas, manchándolas, inmortalizando aquel acontecimiento para siempre.
Las fuertes manos del mayordomo recorrieron tu cuerpo hasta llegar a tu cintura, manteniéndote ahora aún más cerca de su esbelto cuerpo.
Un mayordomo sin escrúpulos.
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