11. Castigo

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La muerte de Ragnar Lothbrok habría sido una noticia que podría haber cambiado el rumbo de muchas cosas si no hubiese sido porque todo era una farsa. Su muerte fue una estratagema para entrar en el interior de París y atacar desde dentro, cuando menos se lo esperaban los franceses. Ya que Björn era el único conocedor de la verdad, al resto no le hizo ni pizca de gracia: Rollo, Lagertha y Floki porque habían llorado su muerte; y Kalf y Erlendur porque ya la habían celebrado. De cualquier forma, el despampanante botín con el que regresamos fue un buen incentivo para apaciguarlos. Eso junto con el orgullo que traía la victoria, por supuesto.

Regresé en el mismo barco que Erlendur puesto que ya no tenía sentido viajar en el que iban Ragnar y Floki. Incluso acabé encontrando cierto placer en la mirada de odio que me dedicaba Torvi a cada minuto.

- Como el barco tambalee, caerás al mar. – me advirtió Erlendur pese a que ya llevara media hora sentada en el borde de este, sujeta por una mano a la cabeza de serpiente que decoraba la proa. – Y no pienso lanzarme a por ti.

- No contaba con que lo hicieras.

Erlendur sonrió levemente y le dio un mordisco a la manzana que traía entre sus manos. Parecía que una de sus pasiones fuera comer por aburrimiento.

- ¿Qué piensas hacer con Torvi?

Erlendur giró la cabeza para mirarla, sin importarle la amargura de su rostro, y luego volvió a posarse sobre mí con el ceño fruncido.

- ¿A qué te refieres?

- Dijiste que no valía nada como esposa. – le recordé. – Que me preferías a mí.

- Eso no implica que vaya a anular nuestro casamiento. – replicó con obviedad. – Ni tampoco que vaya a unirme a ti.

Por una vez, me fue imposible retenerme antes de mostrar una mueca decepcionada. No era como si me hubiese hecho ilusiones, pero sin duda había esperado que las cosas fueran de otra forma. Erlendur lo notó, por supuesto, así que se acercó hasta quedar con su cuerpo rozando mis rodillas.

- De momento necesito a Torvi a mi lado. Puede serme de utilidad. – masculló, bajando el tono de voz por si acaso. – Pero no me gustaría que eso implicara que me dieras la espalda.

- Quieres que sea tu amante.

Erlendur apartó mi mano de la serpiente y llevó las suyas a mi cintura, agarrándome con firmeza. En esos momentos, él era mi única sujeción. Si me soltaba, me caería por la borda. Él era plenamente consciente de ello y por eso me inclinó un poco más hacia atrás, haciendo mi posición todavía más arriesgada.

- ¿Ves? Confías en mí. Al igual que yo lo hago en ti. Ambos tenemos motivos para no confiar en el otro, pero lo hacemos de todas formas. – murmuró. Sus dedos estrujaron mi cuerpo y su boca se acercó tanto a la mía que empecé a creer que seríamos los dos quienes nos cayésemos del barco. – Pero ahora has de tener paciencia. Puedes venir conmigo cuando arribemos a Kattegat, si así lo deseas.

No le di una respuesta entonces; tan solo dije que me lo pensaría. Erlendur se encogió de hombros, indiferente, mas mi duda no afectó a nuestra relación durante el resto del viaje. Cuando llegamos a Kattegat fueron largos días e interminables noches de celebración en honor a la cantidad de tesoros que traíamos con nosotros. Y mientras que Ragnar permaneció en cama demasiado enfermo hasta para abrir los ojos, Björn ocupó su puesto como líder.

- He traído algo para ti, Ivar. – le dije un buen día al hijo más pequeño de Aslaug, aunque poco quedaba de los críos que había dejado puesto que todos habían crecido notoriamente. Me enternecí al ver su mirada brillante y una gran sonrisa crecer en su rostro, así que me acuclillé para poder colocar en su cuello una cadena de oro.

Una dríada en el Valhalla | VikingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora