18. Anillo

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Dado que mi herida había sanado a la perfección, retomé mi entrenamiento para seguir mejorando mi técnica en combate. Esta vez lo hice con Erlendur como mi tutor, pues él mismo me había sugerido que fuera así. Pasamos una exhaustiva semana y media en los bosques, entrenando tanto con hacha como con espada, sin olvidarnos de la importancia del escudo. También dedicamos unas horas al arco para mejor mi puntería; no es que tuviera mucho que enseñarme, pero Erlendur quería que aprendiera a disparar con la ballesta.

- Se acabó por hoy. – gruñó Erlendur tras arrojar sus armas al suelo, a mi lado. Me había dado una paliza sin precedentes, pues no se cortaba ni un pelo alegando que mis adversarios tampoco tendrían piedad conmigo. – Aún te queda mucho trabajo por delante si quieres servirme de algo.

Solté mi espada y el escudo incapaz de disimular mi mueca de molestia ante su incapacidad para aceptar que estaba mejorando. Para él, yo nunca estaba a la altura. De cualquier forma, acepté la mano que me tendió para incorporarme y, cuando estuvimos de nuevo a la misma altura, llevó su pulgar a mis labios y lo humedeció con la sangre que los manchaba por culpa de uno de sus codazos. Con una sonrisa burlona y sin apartarme la vista de encima, lo llevó a su boca y saboreó mi sangre. A Erlendur le haría gracia, pero yo estaba harta del sabor a hierro por lo que me encaminé hacia el río que corría a nuestras espaldas. Cogí un poco de agua entre mis manos y me aclaré con ella. Tuve que hacerlo un par de veces hasta que por fin me deshice de la sangre.

- He estado pensando en algo, Dahlia. – me anunció Erlendur. Me puse en pie y me giré para verlo de frente, extrañada de que pareciese incluso enfadado.

- ¿Qué es lo que te molesta ahora?

Erlendur caminó lentamente hasta llegar a mí mientras le observaba con el ceño fruncido; sin tener ni idea de lo que podría cruzar en esos momentos su cabeza. Aún me sentí más confusa cuando agarró mis manos con las suyas, cogió una bocanada de aire y luego introdujo su mano en el bolsillo de sus pantalones. Fue inverosímil verle sujetando un anillo y colocándolo en la palma de mi mano.

- Quiero que nos desposemos.

- Pensé que ya lo estábamos. – dudé. – Fue lo que Harald exigió.

- Harald nunca exigió nada. Él deseaba mantenerte cerca, puede que incluso llevarte con él, pero le dije que quería que fueras mi esposa. – las palabras de Erlendur atravesaron mis oídos y mi pecho con brusquedad, como si me despertaran abruptamente tras una pesadilla. – Sabía que no aceptarías casarte conmigo por las buenas, por eso le pedí que lo estableciera como requisito para nuestro acuerdo.

- ¿Cómo sabías que no aceptaría? – cuestioné, incrédula – ¿Por qué no podías simplemente pedírmelo en lugar de forzarme?

Si esa noche en la playa Harald me hubiera propuesto irme con él o con Erlendur, no estaba segura de lo que habría elegido. Tal vez las cosas hubieran llevado un rumbo completamente diferente si hubiese dispuesto de libertad para decidir.

- Porque en esos momentos dudaba de lo que quería. Y también de lo que sentía. – prosiguió Erlendur tras hacerme cerrar mi mano en un puño, manteniendo el anillo en su interior. – Pero ahora ya lo sé y quiero que nos desposemos. Quiero celebrar una boda y que los dioses nos den su aprobación. Quiero que te quedes a mi lado no solo por seguridad, sino porque de verdad deseas ser mi esposa.

Examiné a Erlendur con cuidado y atención, viendo la decisión mezclada con la duda en su mirada. Estaba expectante ante cuál fuera mi respuesta aún después de haber pasado las últimas noches dejándonos llevar por la pasión. De alguna forma, sabía que podía negarme, igual que sabía que ese chico podría haber mantenido la mentira por siempre si tan solo le importara preservarme encadenada a su lado.

Una dríada en el Valhalla | VikingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora