28. Rey de Noruega

96 9 0
                                    

Cuanto más tiempo pasaba con Hvitserk, más me daba cuenta de lo destrozado que estaba. No me había quedado otra que aceptar que no bastaba con pedirle que dejara sus vicios, sino que para que eso pudiera suceder, primero debía sanar el inmenso dolor que le había llevado hasta este punto. Y ahí, él era el único que podía interceder.

De cualquier forma, creía que Hvitserk agradecía mi compañía, aunque fuese en cierta parte. A veces tenía brotes agresivos y otras depresivos, pero por más que me costase, la mayoría de las veces conseguía calmarle. Esa tarde estábamos en la Gran Casa, vacía salvo por un par de mujeres y un puñado de esclavos. Hvitserk estaba junto al fuego, bebiendo sin demora y atragantándose cada dos por tres con el licor que él mismo metía en su cuerpo. Tenía miedo de que pudiera vomitar en cualquier momento y estropearme el vestido, pero eso no hacía que me apartase de su lado ni que retirase la mano con la que acariciaba su espalda con suavidad, anhelando en vano que pudiera calmar su ansiedad. Desde que le había informado de que al día siguiente partiríamos para rescatar a Harald, habíamos permanecido en silencio.

- ¿Cómo están tus hijos? – su pregunta me sorprendió; más que nada porque Hvitserk no solía recordar la realidad, ni mucho menos hablar de algo que no fueran Ivar o los fantasmas que le acechaban.

- Bien. Están muy bien. – le aseguré. – Crecen demasiado rápido. A Lisbet ya le queda poco para acompañarnos en las próximas incursiones que hagamos.

La sonrisa de Hvitserk pareció sincera, pero sus ojos llorosos me preocuparon más.

- Siempre he querido tener un hijo. O una hija. – balbuceó. Cuando se giró para mirarme, vi la más pura tristeza reflejada en sus pupilas. – Ya sabes, alguien a quien amar.

No se permitió estallar en llanto, sino que retomó la bebida para disimular su pena, acabando con un par de vasos de hidromiel en cuestión de segundos.

Quería decirle que algún día conseguiría todo eso con lo que soñaba, pero no me creería. Por eso opté por abrazarle con más fuerza y colocar mi cabeza sobre su hombro para que, por lo menos, me sintiera cerca de él. Ojalá los dioses me revelasen qué era lo que Hvitserk más necesitaba en esos momentos; pero mientras tanto, si lo único que podía ofrecerle era mi compañía, lo haría durante todo el tiempo que pudiera.

Al amanecer del día siguiente nos aventuramos hacia las tierras de Harald, las mismas que ahora estaban dominadas por Olaf. Llevábamos una gran flota con la que esperábamos machacarle si hacía falta.

Erlendur y yo viajábamos en barcos separados porque no nos dirigíamos la palabra desde que le confesé mis intenciones de irme con Ubbe en busca de Floki. Desde aquella pelea ni nos mirábamos. Algunas noches, Erlendur ni había regresado a nuestro lecho; y cuando lo había hecho, había sido apestando a alcohol y asegurándose de que nos diéramos la espalda para dormir. Hacía tiempo que no pasábamos por una discusión de estas magnitudes; y aunque me mantenía firme en mi decisión, era imposible que no le echase de menos.

Una vez acampamos, planeamos alcanzar el territorio de Olaf durante la noche y por el agua. No en barco, sino nadando. Lo considerábamos un plan infalible. Dividimos nuestro equipo para ser precavidos y Björn estableció que fuera yo quien me quedase en tierra con una tercera parte de nuestro ejército. Acepté a regañadientes; tan solo porque me dijo que confiaba en mí y en mi mente para decidirme por una estrategia u otra en función de cómo se desarrollaran los actos.

Eran muchos los posibles escenarios que podían darse una vez llegaran a tierra, mas lo que no había sido capaz de imaginar era que Olaf y los suyos prenderían fuego al agua, dejando a los nuestros atrapados en un círculo de llamas. Desde mi posición, solo pude escuchar el eco de los gritos y ver innumerables flechas volar desde el acantilado hasta el agua. Y después de lo que me pareció una terrible agonía, cuando empezaron a llegar los primeros guerreros a tierra, me lancé junto con el resto a ayudarles a salir del agua lo antes posible. Muchos salían con quemaduras severas que necesitarían un tratamiento urgente, por lo que esperaba tener abundantes ingredientes a mi disposición para elaborar el ungüento que les aliviara el dolor y les salvara de cualquier tipo de infección.

Una dríada en el Valhalla | VikingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora