21. Alianzas

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La primera mala noticia me golpeó amargamente nada más llegamos a Kattegat y descubrí con mis propios ojos que Lagertha le había arrebatado el trono a Aslaug. Entendía que era una venganza personal, pero eso no lo hacía menos doloroso. Mi vieja amiga, esa que siempre me había ofrecido su ayuda y guardado mis secretos, había muerto sin que pudiera siquiera despedirme de ella. Tal vez cuando volviera a verla en el Valhalla fuésemos capaces de recuperar todo el tiempo perdido y retomar lo buena que fue nuestra relación en el pasado.

Las celebraciones previas a nuestra partida se hicieron por todo lo alto, pues una incursión de tal nivel merecía preparativos y sacrificios a su altura. Lo bueno de que hubiera tanta gente era la facilidad para pasar desapercibido. Gracias a eso y a las interminables noches de borrachera, pude sonsacar bastante información interesante. Quería conocer el panorama; descubrir todo aquello que pudiera darme ventaja en un futuro cercano. Y lo más importante de todo: si es que quería aprovecharme de la situación, debía saber cómo eran y entender a los hijos de Ragnar.

Cuando por fin nos pusimos en marcha y llegamos a Wessex fue como retroceder en el tiempo. Parecía que esas tierras no hubiesen cambiado. Y aunque una parte de mí se conmovía al recordar los viejos tiempos, la otra estaba centrada en teñir el suelo con la sangre de cuantos más cristianos mejor.

Nuestra primera batalla contra el rey Aelle acabó con una victoria aplastante a nuestro favor. Su ejército no tuvo nada que hacer con el nuestro y Björn acabó vengando a su padre haciéndole el águila de sangre a quien lo había asesinado. Nuestro siguiente destino fue el rey Ecbert y la forma en que luchamos contra su hijo, Aethelwulf, y todo su ejército fue algo nunca visto con anterioridad. Había que agradecerle esa aplastante victoria a Ivar, el hijo más pequeño de Ragnar Lothbrok, quien había orquestado la formidable estrategia. Los escasos supervivientes cristianos fueron tan cobardes que, después de semejante humillación, prefirieron huir y dejar atrás su castillo antes que plantarnos cara. Y por ende, nosotros no tardamos en apropiarnos de él y desmantelarlo.

Preparamos un banquete por todo lo alto donde los cinco hijos de Ragnar ocuparon la mesa central. Para cuando Ivar y Sigurd empezaron a discutir, yo ya estaba al tanto de la complicada relación que tenían. La cuestión es que no era algo exclusivo entre ellos dos, sino que Ivar alentaba la tensión y el enfrentamiento constante entre los hermanos. El orgullo, la discordia y la pregunta de quién era el verdadero líder del gran ejército lo habían empeorado todo.

Que Sigurd acusara a Ivar de no ser un hombre de verdad se convirtió en el momento que prendió la mecha. Pero todo estalló cuando Sigurd mencionó la muerte de Aslaug, a su modo de ver la única que quería al más pequeño de los hermanos, y entonces Ivar fue incapaz de controlar su ira. Pese a lo mal que parecían llevarse, de ninguna forma esperaba que su odio fuera tan fuerte como para que Ivar lanzara un hacha que acabó incrustada en el pecho de su hermano. Mi estupefacción fue tal que me atraganté con el vino, mientras que Erlendur siguió comiendo como si nada, sin apenas inmutarse, al igual que Harald y Halfdan. Sigurd logró ponerse en pie, pero solo dio unos pocos pasos antes de caer desplomado en el suelo. Ahí fue cuando se rompió todo y, a al mismo tiempo, cuando todo comenzó.

Desde ese momento hasta después del funeral que organizamos, todas las miradas estuvieron puestas en Ivar. Lo culpaban de lo sucedido en silencio; lo miraban como si fuera un monstruo. Mi mirada también le siguió a todas partes hasta que encontré el momento adecuado para pasar a la acción: cuando lo vi saliendo de una tienda de campaña en la que se habían adentrado los ahora cuatro hermanos para tratar temas familiares. Lo vi arrastrarse por el suelo con cara de pocos amigos, y pese al peligro que pudiera suponer para mí, decidí seguirle. Me adentré tras él en el bosque silenciosamente y no fue hasta que estuvimos lo suficiente lejos del campamento que me animé a desvelar mi posición antes de que él me descubriera.

Una dríada en el Valhalla | VikingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora