27. Cuentas pendientes

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No estaba entre mis planes volver a pisar Kattegat, pero no nos quedó alternativa cuando nos enteramos de que, en su momento de debilidad, Harald había sido apresado por el Conde Olaf. Necesitábamos más hombres para salvarle y Björn debía sentirse en deuda con él ya que lo habían herido luchando en su guerra; concretamente salvándole la vida. Era el momento de que le devolviese el favor.

Fue una gran decepción que Björn no aceptara sin dudarlo. Se limitó a decir que debía pensárselo mejor, pero que ambos podíamos permanecer en Kattegat mientras tomaba esa decisión. Y por más que hubiéramos estado en el mismo bando durante la última batalla, era demasiado arriesgado enfrentarse a él y acusarle de cobarde a la cara. Estábamos en sus tierras, lo que significa que no nos hallábamos en igualdad de condiciones. Lo más sensato sería esperar unos días a que reflexionara y, en caso de que se demorase demasiado, insistiríamos.

- Odio Kattegat. – ladró Erlendur tras cerrar de un portazo la entrada de la choza que habían preparado para nosotros. – Le prenderé fuego a todo el reino como me haga esperar demasiado.

Con cautela, me acerqué a él para pasar mis brazos por sus costados y unir mis manos al frente de su cuerpo, como un sutil abrazo.

- Harald haría lo mismo por nosotros si estuviésemos en su situación. – murmuré. – No podemos dejarle a su suerte, aunque eso signifique soportar a Björn durante un tiempo.

Erlendur cogió una gran bocanada de aire y la dejó escapar con lentitud, calmando su enfado. Entendía que se pusiera así al regresar a este sitio; daba igual el tiempo que pasara porque los malos recuerdos lo acecharían siempre. Por más que alegase haberlo superado, Kattegat sería el eterno recordatorio de la muerte de su padre; y Björn el de la familia Lothbrok alzándose por encima de la suya.

- De momento, vayamos a la Gran Casa. – le sugerí. – Pronto será la cena y podremos ponernos al día. Tú puedes quedarte en silencio, pero yo voy a recabar toda la información que pueda.

- Tú y tus artimañas. – aportó Erlendur, dedicándome una pequeña sonrisa irónica. – Espero que halles tus ansiadas respuestas.

Ver a Ubbe fue una de las grandes novedades, así como conocer a Gunnhild, la nueva esposa de Björn. Para nuestra suerte, Lagertha había decidido marcharse a una granja para pasar el resto de su vida rodeada de tranquilidad, por lo que no deberíamos soportar su presencia. Y lo que podría haber sido una cena sumamente incómoda, acabó siendo un encuentro agradable. Más hombres y mujeres se unieron para celebrar nuestra estadía temporal en el poblado, lo que hizo la conversación más dinámica y el entretenimiento mayor. Mientras bebíamos, se notaba que Ubbe trataba de impresionarme. Tal vez fuera algo impreso en su naturaleza, pero parecía estar intentando seducirme. Todavía no le había quedado claro que jamás obtendría ningún tipo de resultado, pero era gracioso verle intentarlo. Todo cambió cuando vislumbré cierta silueta a escasos metros de nosotros; una silueta que correspondía a alguien a quien no recordaba con tan mal aspecto.

- ¿Hvitserk? – pregunté, logrando que el susodicho se girara hacia mí.

- Dahlia. Estás aquí. – comentó, mas no parecía demasiado entusiasmado. – No os preocupéis por mí. Solo he venido a por otra jarra.

Y sin más dilación, con un cuerno en una mano y la jarra a rebosar en la otra, aquel chico salió de la Gran Casa como si nunca hubiese estado allí. Mi ceño fruncido bastó para que Ubbe entendiera que mi desconcierto necesitaba ser resuelto.

- Desde que Ivar escapó, no ha vuelto a ser el mismo. Está obsesionado con él. – me explicó. – Su remedio para superarlo parece ser la bebida.

- No tiene sentido. – me quejé. – ¿Por qué alguien se pondría tan mal si ha ganado el combate que soñaba con librar?

Una dríada en el Valhalla | VikingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora