No es un secreto que trabajo mi cuerpo. Trato de mantenerlo de la mejor manera, solo en cuanto a ejercicios. Junto con mi cabello son lo que más me diferencia de los demás idiotas. Pero ¡carajo! Deberías ver los bíceps de ella, hablo de mi novia, claro. Los puedo envidiar.
Se ve increiblemente hermosa, es una mujer corpulenta, me encanta.
No voy a mentir, al inicio me sentía un poco inferior y era agresivo con ella cerca. Después de conocerla me hizo entender el porqué.
Cualquier mención a que su cuerpo es "feo" o "muy masculino" es una señal de que quieres que te muela la cara a golpes.
Salimos a comer para pasar un tiempo juntos ya que esta semana no hemos tenido tiempo para vernos.
— Hola linda. Me acerque a ella y la abracé por la espalda cuando estaba desprevenida.
— Hola guapo, ¿nos vamos o vas a seguir diciendo verdades? Le sonreí y la tome de la mano.
— Vámonos que me muero de hambre.
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Después de comer, fuimos a el centro comercial.
— ¿Qué dices de éste? Era un vestido precioso, de tirantes y señido al cuerpo. En ella se veía aún mejor. Dio una vuelta lenta para que lo viera mejor.
— Definitivamente ese.
— Vance, dijiste eso con los otros siete vestidos. Suspiro fuerte y me vio.
— No es mi culpa que todos se te vean perfectos. Me recoste con las manos en la cabeza, usando las bolsas de otras tiendas como almohada.
— ¡Ash! Regresó al vestidor y salió con su ropa.
— Oye, no te enojes. Linda, es verdad, todos te quedaron preciosos.
— Pero no los puedo comprar todos. Suspiró y se columpio de mí con sus brazos detrás de mi cuello.
— El azul marino. Me regaló una enorme sonrisa y habló.
— ¿Ves que si había uno que se veía mejor? Me dio dos palmadas en la cara y se fue a pagar.
En este momento estaba exhausto de tanto caminar, de cargar bolsas por todo el edificio, aún me faltaba manejar a su casa y después de eso ya podría descansar.
Caminaba más lento y las bolsas se me estaban cayendo pero intentaba disimular.
— Cariño, dame las bolsas. Extendió las manos.
— No es necesario. Si algo me describe a la perfección es la terquedad.
— Vamos, damelas.
— No, linda. Deja que yo las cargue.
— Bien, yo intenté razonar. Se acerco caminando lento y un cierto desconcierto me atacó. ¿De verdad intentará quitarmelas a la fuerza? Yo no creo que- ¡Mierda! ¡Me acaba de cargar como princesa!
— Vámonos, cariño. Me sonrió e intento darme un beso en la frente.
Estoy rojo como las fresas que comí en la tarde. Si mis amigos me vieran definitivamente se burlarian de mí durante el resto del año. Pero se sentía bien, era algo bastante lindo y único.
La abracé mientras seguía cargado por ella. La amo y dudo que otra mujer pueda hacer esto por mí.
Mi yo y su masculinidad tóxica de hace años esta revolcandose como gusano...
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