Observaba de manera distaría la ventana que daba al horizonte, mientras acariciaba el suave pelaje de Leo, pensando en todo y en nada a la vez, hasta que el delicioso aroma a pastel de limón inundó mis fosas nasales, y no pude evitar extender una radiante sonrisa para la mujer que en ese momento colocaba el delicioso postre sobre la mesa, antes de sentarse a mi lado.
—Cielos, cuanto extraño esto. —dije, bajando a Leo para poder tomar una porción de aquel delicioso pastel.
—Creí que tus empleadas tenían mi receta. —comentó la abuela, sirviéndose un poco también.
—Lo hacen, pero no hay ninguno que se compare al tuyo —respondí, tomando su mano y guiándola hacia mis labios para darle un tierno beso en los nudillos. —. De verdad te echo de menos abuela.
Una de las cosas más difícil de mudarme, era el despertar, bajar a la primera planta y no encontrar a mi abuela en la sala de estar tejiendo o en la cocina preparando sus deliciosos bocadillos, como tanto amaba hacerlo. Poder sentarme con ella a platicar en cualquier momento del día, o dormirme con la cabeza apoyada en su regazo cuando conversábamos en mi habitación, sintiendo su mano acariciando mi cabello con ternura, era de las actividades que más añoraba.
—También te extraño, mi niña —respondió, acariciando mi mejilla. —. Esta casa se siente vacía sin ti y...
Una sonora carcajada masculina resonó desde el pasillo que conducía a las gradas, acompañada de un par de risitas femeninas pícaras y fruncí el ceño mientras veía hacia el umbral con disgusto.
—¿Dos mujeres?
—En ocasiones hasta cuatro —respondió, suspirando con irritación mientras tomaba una revista y se recargaba en su asiento. —. Tu padre está fuera de control.
«Carajo... y dale con el viejo» ¿De dónde sacaba tanta energía?
Pero eso era lo de menos, me parecía realmente repugnante que no sintiera el más mínimo respeto por su propia madre, quien al parecer tenía que soportar el interminable desfile de mujeres que cursaban por aquella casa. Joder, papá se comportaba peor que un adolescente, y ni ellos, porque aún con mi estilo de vida nunca metí un solo hombre en la casa, además de... además de Thomas. Pero con él era diferente, se trababa de mi novio oficial.
«No lo pienses más, por favor... no hay que indagar»
—¿Rebeca?
La risa de mi padre cesó en el momento en que cruzó el umbral y me divisó en el comedor. Y solo me contuve para no rodar los ojos al verlo andando por ahí en una bata de baño abierta, dejando a la vista su bóxer.
Si bien tenía que aceptar que el egocentrismo Héctor Stain se mantenía en muy buen estado físico pese a la edad, no era del agrado de ninguna hija ver a su padre en paños menores, mucho menos imaginar lo que hacía antes de bajar las gradas.
—No creí que te vería por aquí... a ninguna de las dos, a decir verdad —comentó, anudando la bata, antes de avanzar en nuestra dirección para besar la mejilla de la abuela, quien actuó de manera indiferente con él mientras se apartaba de ella para dejar un beso en mi frente. —. Creí que dijiste que irían al spa. —se dirigió a su madre.
—Lo haremos, luego de que la niña coma. —respondió, sin siquiera mirarlo. Vaya que estaba molesta.
Papá suspiró profundo, antes de ver la torta en la mesa.
—No deberías comer eso, cuida mejor tu figura, Rebeca. —me dijo en un tono de reprehensión que me hizo rodar los ojos.
—¿Para qué? ¿Hay alguien más a con quien pretendas ofrecerme? —pregunté con reproche.
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Rebeca Odell
Lãng mạn"Un matrimonio por conveniencia no es el fin del mundo" Rebeca Stain jamás imaginó que el frío y calcular Sloan tendría tanta razón, mucho menos, que la abusiva decisión de su padre la llevaría a conocer al hombre más interesante, caballeroso, atent...