Me gustaba dormir... sí que me encantaba. Luego de un día agotador, no había mejor sensación que recostarse en la cama y sentir desvanecerse la pesadez en el cuerpo. Era liberador y tan placentero como un orgasmo, pero, al igual que este, podía escurrirse de entre las manos si algo llegaba a interrumpirlo.
—¡Por todos los cielos! —me quejé, cuando la alarma me hizo sobresaltar. Había olvidado apagarla, y al parecer ya eran las seis de la mañana.
Aquello sucedió en un abrir y cerrar de ojos.
Estiré la mano hacia mi buró para intentar oprimir el botón de apagado, y ante la desesperación de no encontrarlo rápido, lo aventé lejos, suspirando de alivio al sentir la paz que traía el silencio. Bostecé hondo, disponiéndome a continuar durmiendo y me giré en la cama, deseando sentir el calor de la persona que creí que tendría al lado, pero solo palpé un espacio vacío. Fruncí el entrecejo, antes de comenzar a abrir mis párpados lentamente, solo para confirmar que me encontraba sola en la cama.
—¿Cómo te sientes, Chére?
Sobresaltada, me incorporé de golpe al escuchar la voz de Elías resonar en aquel espacio, y rápidamente observé en derredor, buscándolo con la mirada hasta localizarlo sentado al costado de mi lado de la cama; lo contemplé en silencio por unos segundos notando que aun llevaba puesto su elegante traje del día anterior y el cansancio se reflejaba en su rostro.
—¿N-No has dormido nada? —respondí a su pregunta con otra mientras me sentaba en la cama girada en su dirección, cruzando las piernas en forma de mariposa.
—No —chasqueó la lengua, y pese a la seriedad que reflejaba en aquel momento, no pude evitar pensar en lo jodidamente sexi que se veía con aquella expresión soñolienta. —. Alguien tenía que cuidar de ti.
Alcé las cejas, saliendo de mi ensimismamiento y ladeé un poco la cabeza.
—Elías —suspiré. —. Yo estoy bien, te lo prometo.
Él me observó, contemplándome en silencio, antes de exhalar tan profundo que creí que se quedaría sin aire, en tanto se ponía de pie para alejarse, dirigiéndose hacia el baño.
Una vez más se marchaba sin decir nada.
Mordí mi mejilla interna, y me cubrí el rostro con las manos, conteniéndome para no tirar de mi cabello con frustración; ¿en qué momento dejé de tolerar el alcohol? Ahora alucinaba y terminaba inconsciente cual novato en fraternidad provocando problemas en la relación con mi esposo. ¿Cómo convencería a Elías de que no necesitaba ir al hospital y que se había tratado solo de una mala noche?
—Buenos días —la puerta de la habitación se abrió, y Erlinda ingresó cargando una bandeja. —. El señor Odell me pidió preparar sopa y jugo de mora, para la resaca.
Presioné los labios, torciendo una sonrisa.
—Muchas gracias, justo ahora siento mucha sed.
—Es porque vomitó hasta el alma esta madrugada —dijo, dejando la bandeja sobre el buró y ofreciéndome el jugo de mora. —. Pronto se sentirá mejor —posó su mano en mi frente. —. Al menos la fiebre bajó.
Por poco escupí el líquido de regreso al vaso luego de oírla, y posé la mirada en su rostro, sintiéndome confundida.
—¿F-Fiebre dice?
—Sí, tuvo fiebre alta y dolor de cabeza luego de vomitar, según dijo el doctor estaba intoxicada con alcohol, le dio un tratamiento y ordenó que la vigilaran.
—Carajo, no lo recuerdo. —expresé, consternada y bebí un poco de jugo para aliviar la sequedad en mi garganta.
—No me sorprende, estaba enajenada y delirante —continuó contándome. —. Es más, el señor Odell llamó al doctor privado porque usted se negaba rotundamente a ir al hospital, se aferró del marco de la puerta y dijo que saltaría del auto en movimiento si intentaban sacarla de aquí, estaba muy agresiva, hasta lloró y lo acusó de no amarla —se inclinó para cerciorarse de que solo yo escuchara lo que estaba por decir. —. Dijo que un tal Thomas nunca la habría obligado a nada.
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Rebeca Odell
Romance"Un matrimonio por conveniencia no es el fin del mundo" Rebeca Stain jamás imaginó que el frío y calcular Sloan tendría tanta razón, mucho menos, que la abusiva decisión de su padre la llevaría a conocer al hombre más interesante, caballeroso, atent...