Incesantes jadeos, gruñidos, gemidos y el excitante sonido de su pelvis chocando duro contra mi trasero resonaban en aquel espacio. Afuera; una tormentosa lluvia de fuertes vientos que nos sorprendió mientras aún seguíamos a mitad del bosque. Adentro; la temperatura se había disparado. Los vidrios del auto se encontraban empañados debido a nuestros alientos, mientras las gotas de sudor se escurrían por nuestros cuerpos.
Podía sentir mi corazón desbordado y la garganta seca mientras jadeaba tomando fuertes bocanadas de aire en un intento por lograr que el oxígeno llegase a mis pulmones. Las rodillas me temblaban sobre el cuero de aquel asiento trasero, mis manos sobre el cristal ayudaban a sostenerme cuando sus fuertes embestidas me hacían perder el equilibrio.
Perdí la cuenta de cuántas veces lo hicimos aquella noche, no sabía la hora, había perdido la noción del tiempo por completo. En aquel momento mi mundo entero se había reducido a la parte trasera de aquel auto; a las sensaciones que me provocaba el sentir su miembro enhiesto entrando y saliendo de mí con precisión métrica, llenándome. Sus manos me sostenían con firmeza de la cintura, sus piernas aprisionaban las mías, mientras su boca ardiente repartía arrebatadores besos en la piel de mis hombros y espalda.
—¡Ah, joder! —gemí, cuando me hizo cambiar de posición, quedando recostada boca arriba.
Carajo, era una suerte que su auto fuese espacioso.
—¿Estás bien, Ma Femme? —preguntó risueño, inclinándose sobre mi cuerpo. Sus codos sostenían su peso, apoyados a los costados de mi cabeza mientras se acomodaba entre mis piernas y se enterraba en mí sin contemplaciones.
¡Cielos! Ese hombre tenía aguante, y en aquel momento seguramente alardeaba de no haber necesitado cumplir el acuerdo de abstinencia para que su tensión sexual me hiciera ver estrellas explotando tras mis párpados.
—S-Sí —respondí sin aliento una vez que comenzó un vaivén lento, que luego tomó un ritmo intenso que empujaba mi cuerpo al compás de sus embestidas. —. ¡Oh, sí! —me incliné para besar su hombro antes de encajar mis dientes en él, al tiempo en que aspiraba su aroma varonil. Joder, era tan adictivo. —. E-Elías... —gemí, moviendo las caderas para ir al encuentro de las suyas. —. Dime cosas sucias.
No supe qué me empujó a pedir aquello, estaba exaltada y estimulada más allá del sentido común. Era un coctel de hormonas, estaba entregada por completo, pero no importaba cuánto tomaba de él, no me era suficiente, era como si mi cuerpo ardía, y nada era capaz de apagar las llamas del deseo. Quería ser dominada por él, quería oír sus palabras sucias y que me sometiera... joder, estaba perdida.
—¿Q-Qué has dicho? —preguntó, desconcertado, deteniéndose.
Jadeé, desesperada, mientras deslizaba las manos por su espalda, pasando por su cicatriz, hasta llegar a su trasero, donde hundí mis uñas en su piel y lo empujé hacia mí para incitarlo a seguir.
—Sí, dime cosas sucias. —gemí, mordiendo mi labio inferior.
—Oh, ma Chére —me habló risueño, posando sus manos en mis mejillas luego de apartar algunos mechones rebeldes de mi frente, humedecida por el sudor. —. J'aime être en toi, tu es si humide et chaud.
—Dímelo en español, con ese sensual acento... vamos, dime cosas sucias. —lo animé, pasando la lengua por su labio inferior.
—¿Cosas sucias? —lució confundido y pareció meditarlo, antes de empujar las caderas para darme una embestida. —. Las calles en el centro de la ciudad, un parque o un inodoro público...
—¡Elías! —le dije con reproche, pero a su vez, una suave carcajada brotó de mis labios ante tremenda ocurrencia. —. Hablo en serio, dime cosas sucias —envolví los brazos alrededor de su cuello y lo atraje hacia mí, desesperada por sentirlo más cerca. —. Ahórcame, di que soy tu perra, llámame zorra.
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Rebeca Odell
Romance"Un matrimonio por conveniencia no es el fin del mundo" Rebeca Stain jamás imaginó que el frío y calcular Sloan tendría tanta razón, mucho menos, que la abusiva decisión de su padre la llevaría a conocer al hombre más interesante, caballeroso, atent...