Una charla en la oscuridad

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—No sé los demás. — Estirando sus brazos sobre su cabeza, Charlie se reclina en la silla. — Pero yo tengo el cerebro frito. ¿Y si lo dejamos aquí?

—Apoyo esa idea. — Frotándose los ojos con las palmas y los codos encima de la mesa, Sam deja caer un lápiz al suelo.

—Same. — Jo y Eileen no parecen querer contradecir la proposición, y lo mismo va para Castiel, Dean, Donna y Jody.

Los seis chicos y las dos mujeres se esparcen en las sillas, unos sobre la mesa y otros contra el respaldo.

—¿Ya os habéis cansado? — Y pasándose una chaqueta de cuero negro aparece Ellen por la puerta.

—Te juro que no puedo más. — Riéndose de la exageración de su hija, Ellen le planta un beso en la frente.

—Eres una dramática.

Tomando las llaves de encima de la mesita, Ellen se acerca a Mary para revisarle el tanque de oxígeno.

—Tengo que irme a trabajar, ¿estarás bien en mi ausencia? — Con los ojos cerrados y miles de mantas cubriendo su frío cuerpo, Mary asiente con la cabeza pero Ellen no parece convencida. Al fin y al cabo, hoy ha sido un mal día para sus pulmones.

—Estoy bien. — Le dice con una voz débil. — Lárgate, solo me pondré una película y me dormiré.

Aún así Ellen no se mueve.

—De verdad, Ellen.

—Si eso te hace sentir más tranquila, puedo quedarme. — El ofrecimiento de Jody le quita la angustia de los hombros.

—¿Puedes hacerlo? — La mujer asiente.

—Claro, sabes que no es molestia. — Mary quiere protestar, pero no se encuentra con fuerza. — Además, mañana tengo el día libre.

—Gracias, te debo una. — Y tras cerrar ese asunto y escuchar como Donna también se quedará en la habitación de invitados con ella, Ellen vuelve a ir recogiendo sus cosas. — No arméis mucho lío. — Todos los niños a excepción de Castiel y Eileen la tranquilizan con una afirmación. — Bobby, ¿te acerco a casa?

Con un gruñido, el hombre se levanta de la silla. — Si no es mucha molestia.

—En absoluto, vamos.

Al ver ese par recoger para desaparecer, Castiel y Dean mantienen una conversación telepática en la que se dicen de hacer lo mismo.

—Aprovechando que ellos se van, — Empieza a decir Dean poniéndose de pie. — nosotros también lo haremos, ¿verdad, Castiel?

—Sí, que mañana tenemos clases.

Y con un plan casi perfecto para terminar con todo eso -y sobre todo de ponerle fin al engaño como Castiel planeaba hacer al finalizar la velada- los dos se encuentran de pie intentando despedirse de todo el mundo, pero parece que Mary tiene otros planes.

—¿Pero qué estáis diciendo? — Sus palabras, deliberante vocalizadas con una pizca de firmeza, abandonan su boca como una orden. — Los dos estáis que os caéis del sueño, ni locos vais a poneros a conducir.

Ambos se miran.

—Eso no es cierto. — Le dice Dean intentando parecer animado pero fallando terriblemente. — Estoy lleno de energía. — Y entonces, bosteza.

—Os quedáis a dormir. — Les dice. — Los dos.

—No tienes de qué preocuparte. — Casi tan desesperado como Dean por salir por patas de allí, Castiel interviene. — Si no quieres que conduzcamos todavía podemos tomar un bus, a esta hora todavía quedan algunos.

Nunca entiendes ; DeanCasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora