4. Andrea

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Fui con rapidez a la cocina para preparar la comida, saqué una olla grande y vertí el caldo que había preparado la noche anterior, corté alguna verduras y las añadí.

Con rapidez saqué una botella de agua de la nevera, llené una taza con ella y la puse al microondas para calentarla, cuando me advirtió de que ya estaba hirviendo la saqué y puse la infusión para el dolor muscular con una ligera cucharada de miel.

Corrí escaleras arriba con la taza en la mano, algunas gotas de ese agua ardiendo tocaron mi piel pero estaba acostumbrada a esa sutil quemadura. Abrí la puerta de la habitación de Andrea, mi hermana, estaba acostada leyendo con todas esas maquinas a su alrededor, al verme sonrió dejando el libro su regazo.

—Hola pequeñaja —dijo con la voz débil, sonreí genuinamente al verla 

—Hola, tengo tu súper infusión —enseñé la taza, ella amplió su sonrisa.

—Déjala ahí, me la tomaré enseguida —dijo mientras me sentaba en el borde de la cama y dejaba la taza sobre su mesita.

—¿Todo bien? ¿Papá y mamá hace mucho que se han ido? —negó con la cabeza con tranquilidad proporcionándome el alivio que necesitaba.

—Hace nada, me han dejado con la medicación y todo ordenado, como siempre.

—Genial —me levanté—, voy a terminar la comida, cuando esté lista subo —aclaré levantándome.

Ella asintió cogiendo el libro de su regazo sin decir nada más, salí de ahí de nuevo a la cocina.

Desde que a mi hermana mayor la diagnosticaron con cáncer nuestra casa nunca más había vuelto a ser la misma y de eso había pasado ya casi tres años. Mi motivación por los estudios se agrandó gracias a ella, era la que me animaba a continuar y a la que siempre le enseñaba orgullosa todos mis excelentes, desde que la diagnosticaron mi autoexigencia aumentó a niveles estratosféricos, me sentía en deuda con ella y con el peso de que no debía fallarle, de que debía seguir siendo la mejor.

Por eso la actitud de César era algo que me irritaba, aprobar sin si quiera esforzarse mientras que yo día a día me dejaba la piel podía conmigo.

La autoexigencia que tenía conmigo misma desde que entré a la ESO fue dictada por el estado de mi hermana, me obligué a ser mejor de lo que ya era, poder tener un buen trabajo y ganar mucho dinero para pagar con tranquilidad los tratamientos mensuales de Andrea.

Mis padres se pasaban todas las semanas yendo y viniendo de hospitales por lo que estar en familia como bien había dicho la profesora para mi era imposible, la única celebración que podría tener era su recuperación, para todos. Mis notas en casa ya no importaban, estaban en segundo plano, pero seguía esforzándome para complacerme a mi misma y saber que a pesar de la situación continuaba siendo la mejor en ello.

Por eso los findes no podía hacer nada para desconectar, debía cuidar de Andrea o al menos estar en casa por si sucedía algo. Me agradaba estar con ella, pero me sentía mal cuando me daba cuenta de que lo único en lo que pensaba era que estaba muy enferma y que tal vez la perdería, por eso aprovechaba los momentos a su lado. 

Para ser sincera, no estaban siendo los mejores años de mi vida, ni tampoco los más agradables, pero no podía quejarme, no tenía derecho sabiendo como estaba mi hermana, yo solo debía esforzarme en aprobar.

Seguí mirando la olla, el caldo ya hervía así que lo saqué del fuego, preparé un plato para ella y uno para mi, serví la mesa y volví a subir las escaleras. Me quedé apoyada en el marco de la puerta observándola, verla con el turbante en la cabeza era algo que a día de hoy continuaba removiéndome por dentro sin poder evitarlo, di un suave golpe a la puerta, ella me miró dulcemente como siempre hacía.

Rompiendo mis esquemas (PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora