15. Última fiesta

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Se apoyó a mí lado mirándome, yo seguí con la botella en la mano que finalmente fue devuelta a su respectivo sitio sin que bebiera de ella.

Metí la mano en mi camisa para sacar el collar y tocarlo ligeramente mientras observaba mis pies. Algo que hay que saber de el alcohol es que al fin y al cabo es una droga depresiva y que todo lo que sube, baja.

Y el imbécil de César fue el que hizo que me replanteara que cojones estaba haciendo, no podía haberme dejado en paz en mi burbuja, tenía que venir a joderme y explotarla. Suspiré aún mirando mis zapatos, los suyos continuaban a mí lado.

Solté mi collar y lo guardé de nuevo, levanté la vista para mirarle.

—¿Qué tengo que hacer en este tipo de situaciones? —pregunté seria, él bufó y apartó la mirada.

 —Ya te he dicho que no soy tu psicólogo —calló un momento—, pero me encantaría decirte una cosa.

Me miró de nuevo y le miré, esperé pacientemente.

—Te lo dije —sonrió de oreja a oreja.

Apreté la mandíbula al escuchar eso, retiré de inmediato mis ojos de los suyos.

—¿Contento? —murmuré.

—Podría haber sido mejor, pero sí, satisfecho —comentó cogiendo de nuevo la botella que había dejado hacía nada.

Continué mirándole mientras él leía con cautela la pegatina de la botella.

—Lunares, sé que todo se te da mal, pero incluso escoger que beber te cuesta —antes de que terminara la frase ya me encontraba quitándole la botella con brusquedad para que dejara de mirarla.

—Que me dejes en paz —ladré sin miramientos consiguiendo que sonriera mucho más.

—Ya te he dicho que me entretiene.

La abrí finalmente para beber aunque fuera por despecho y hacerle ver que no estaba tan mal, pero joder, era horrible. La dejé de nuevo en su sitio y le miré.

—No soy tu puto circo —dije mosqueada limpiando mis labios.

Se encogió de hombros aún sonriendo.

—Pero eres una payasa.

No pude evitarlo y le di un pequeño golpe en el brazo apartando mi mirada de él, escuché su risa de nuevo y de reojo vi como refregaba su brazo dolorido.

Se formó un pequeño silencio que para nada fue incómodo, al menos no me encontraba sola de nuevo en esa dichosa fiesta del infierno. Que posiblemente era la última a la que acudiría en mil años.

Unos pasos acelerados comenzaron a sonar acercándose a nuestra posición, levanté la cabeza con rapidez para ver que sucedía, Gisella entraba hecha una furia y detrás de ella una marabunta de gente.

Me separé de la barra rápidamente, César se quedó apoyado sin mover un solo músculo, mirando el espectáculo que estaba por venir.

—¡Es que eres una puta guarra! —gritó mientras se acercaba.

Lo que me faltaba.

Suspiré, vi a Oscar acercándose entre la gente mientras la llamaba. No me moví del sitio, se acercaba dispuesta a pegarme, lo sabía, y todo le mundo mirando lo sabía.

Cuando ya estaba llegando, vi como levantaba su mano para pegarme, cerré los ojos con fuerza preparándome para el impacto, pero nunca llegó. Abrí los ojos tras la espera, César se encontraba frente a mí sujetando su mano, la soltó y me miró, luego regresó a Gisella.

Rompiendo mis esquemas (PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora