❛ Rhaella Targaryen, la hermana de "la reina que nunca fue", jamás tuvo esa presión de la realeza sobre sus hombros, desde pequeña su unica certeza había sido pasar su tiempo volando y surcando los cielos, batallar para defender a su gente. Pero ya...
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Rhaella tocó levemente el agua para comprobar su temperatura, estaba bastante caliente para su gusto pero sabía que la piel de la reina Aemma la sentiría tibia.
Se levantó y alcanzó las sales de baño, eran nutritivas para Su Majestad y tornaban el agua de un color blanco casi rozando el celeste, además de que su aroma era satisfactorio para cualquier olfato.
—Madre te pidió que preparases su baño de nuevo. — Se escuchó una voz serena, la voz de Rhaenyra.
Rhaella se dio la vuelta y tomó una de las pequeñas telas para secar sus manos, y sonrió levantando los hombros. —La verdad es que no sé porqué sigue confiandome esa tarea, soy muy mala para este tipo de cosas.
—Porque te ve como su hija, te conoce desde que naciste.
Esa confesión le causó ternura a la joven, no solo porque apreciaba que la reina Aemma le tuviese tanto cariño, sino porque en muchas ocasiones habia consdierado a Rhaenyra como su pequeña hermana y con mas razon desde que Aemma le habia pedido que la cuidase si algo le pasaba.
Rhaella pasó un brazo por los de su sobrina postiza y le dio un beso en el cabello.
—Ella ya tiene una bella y fuerte hija. — Acotó Rhaella.
—¿De verdad? no la conozco. — Comentó con cinismo la más joven, pero luego suspiró. — Es solo que... a veces siento que no soy lo suficientemente fuerte, inteligente o capaz como Padre y Madre quieren.
La mayor arrugó su ceño y negó la cabeza, tomó a Rhaenyra por sus hombros y bajó la mirada para encontrarse con sus ojos.
—¿Acaso perdiste el juicio? — Dijo con determinación la peliblanca. —Naciste para hacer cosas grandes, Rhaenyra, cosas por las cuales tu nombre será reconocido durante siglos.
