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—Buenos días.

—Preparé un poco de platillos londinenses, espero sean de su agrado.

—No debió molestarse.

—Usted no es molestia.

—No importa qué tan cansado esté, cuán ocupado se encuentre, no deja de ser un caballero.

—Soy rey, ante todo, majestad.

—Aquí no soy eso, más que una invitada de su alteza real— luego sonrió de medio lado—, aunque no me deje reverenciarlo.

—¿Usted lo permitía?

—Para nada.

—Entiende por qué me cohíbo.

—Sólo quiero honrarlo.

—Lo hace con su presencia.

—No necesita ataviarme con joyas, vestiduras, te estoy eternamente agradecida por ayudarme con mi hija... su salud ha mejorado en estos meses que hemos pasado aquí.

—Quédense el tiempo que sea necesario.

—Aunque sea necesario, no dejaré de sentir que abuso de su hospitalidad.

—¿Y si comemos antes de que se enfríe?

—Después de usted— su sonrisa se hizo más amplia.

—Por favor— retiró la silla para ella.

—Gracias.

El desayuno continuó entre sonrisas, miradas y ofrecimientos entre un plato y otro. La pelirroja aceptó la mano del rey, se puso de pie y se dejó conducir hacia la salida. No los siguieron las Dora, ni la madre del rey o la hermana, tampoco iba la pequeña Velma. Fue una mañana donde sólo estuvieron ellos dos. Le platicaba sobre las calles, las construcciones, las tradiciones, incluso la llevó a un callejón donde ya empezaban una pintura de la pelinegra y su pequeña. Se cristalizaron sus ojos al saberse así de amada, cuando ella no tenía raíces wakandianas, no había nada que la atara a esa tierra, pues pronto volvería a Malibú o Washington para continuar con sus deberes.

—No creo que debas volver.

—¿Por qué?

—Eres una fugitiva, aquí estás a salvo, protegida.

—Nadie se atrevería a atacar este lugar, ¿no?

—Y, aunque así fuera, no permitiría que te devuelvan a La Balsa.

—Tengo un lugar donde puedo ocultarme, a mí, a mi hija y nuestros poderes.

—Este es el mejor lugar.

—¿No podré hacerlo cambiar de opinión?

—Ahora que me aceptó, no planeo dejarla ir.

—Nunca dije que lo haya aceptado.

—Le gusta que la sostenga así— en efecto, la rodeó de la cintura y ella tenía sus manos en el pecho de él.

—Tiene razón, me hace sentir a salvo.

—Planeo que este sea su nuevo hogar.

—Lo acepté desde hace meses.

—¿Y se quedará?

—Sólo si me lo pide.

—¿Quiere ser mi novia? — Malie aprisionó sus labios, T'Challa la besó con desesperación, siempre tratando de ser prudente, de respetarla a ella y su depresión, el supuesto marido que a veces iba a visitarlas, pero la pelinegra comprobó que ese deseo llevaba mucho tiempo oculto—. ¿Eso es un sí?

—Podría mudar mis cosas a sus aposentos.

—O puedo preparar una cámara digna de una reina.

—Acepto.

El Rey volvió a besarla, esta vez fue más prudente, ella ya sabía qué sentía y, confirmó que ella siempre le correspondía. Malie sabía que no lo declaraba porque ella no daba señales, pues todo mundo la veía sonreír con esa intensidad a cualquiera en su vida: Nat, Clint, Thor, Pepper, Tony, Thor, Steve, Bucky, Sam... La pelinegra se dejó guiar por él y, cuando entraron, la cargó hasta sus aposentos, ella reía de la emoción y los nervios, los sirvientes y guardias no les dirigían la mirada, pero no evitaba que ella se sintiera cohibida, no era algo a lo que estaba acostumbrada.

—Prepararé todo para nuestra boda, quiero algo especial para tu hija y para ti.

—¿No te quedas conmigo?

—No, quiero respetarla hasta la boda.

—¿Quién dijo algo sobre sexo? Sólo quiero tenerlo a mi lado y verte dormir, acariciar tu rostro en la mañana y saberme protegida por ti.

—Tenemos toda la vida para eso— comenzó a besarla de nuevo mientras la guiaba a la cama, ella yacía con las manos temblorosas, le quitó la capa, así que él le quitó los zapatos para acostarla a su lado y no soltarla.

Larga vida al reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora