CAPÍTULO NUEVE.

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—¿Crees que traer a Urho fue una buena idea? —susurró Rosen en el oído de Jin, mientras esperaban en la acera a que Yosef y Urho bajaran de la parte trasera del auto que los Sabel habían enviado para recogerlo.

Jin miró a su apuesto amigo. Rosen llevaba el pelo suelto en una melena larga y ondulada a través de sus hombros, una camiseta café de cuello alto y una chaqueta de color café con leche que le quedaban bien y parecía casual y relajado en comparación con su propio traje verde
oscuro y camisa blanca. Al menos Yosef también llevaba puesto un traje color rojo baya, que junto a su pelo blanco y barba recortada, lo hacían verse como una versión más delgada y apuesta del cuento de Santa Claus del Viejo Mundo.

Jin vio hacia la casa de Jungkook, mejor dicho, mansión, preguntándose cómo demonios la antigua familia Jeon, había
encontrado piezas tan grandes de granito para la fachada, y cómo las habían transportado hasta allí. La casa parecía fría desde el exterior, pero Jungkook no había parecido ser un hombre frío, como tampoco lo pareció su papá cuando lo invitó por teléfono.

—Urho es el guardaespaldas del grupo —murmuró Jin—. Dudo que vaya a tener que contratarlo, pero no quiero que piensen que estoy indefenso.

—¿Qué crees que van a hacerte? Secuestrarte y obligarte a consumar la imprimación?

Jin resopló suavemente.

Rosen continuó: —¿Y que van a cometer el delito durante la primera fiesta de otoño?

—No, pero no quiero correr ningún riesgo. Además, Urho es parte de mi vida. Miner, el papá de Jungkook, dijo que invitara a mis amigos más cercanos. Y esos son ustedes tres.

—Sí, pero Urho es un alfa. El alfa del que has escrito poemas. ¿El que te ha ayudado en cuántos celos?

Jin se encogió de hombros, esperando que su estómago inestable no lo hiciera vomitar en los arbustos. —Si quieren que firme el contrato, tendrán que aceptarlos a todos ustedes. ¿No es eso lo que me dijo
Yosef tan sólo hace unos días?

—Estás asustado. —Rosen le puso un brazo protector alrededor de sus hombros—. Está bien. Estás conmigo.

Jin puso los ojos en blanco y se deshizo del brazo de Rosen.

—Jungkook está tomando tranquilizantes alfa. Todo debería estar bien.

—¿Incluso con Urho aquí? —preguntó Rosen de nuevo, claramente pensando que Jin se había excedido en traerlo.

—Especialmente con Urho aquí —dijo el aludido, sonando su voz profunda y confortable en el oído de Jin, quien se volvió a verlo, enderezando su sencillo traje gris y corbata negra—. Entremos, señores. No hay que perder el tiempo.

Jin guió el camino por el sendero, con Urho detrás de él, y Yosef y Rosen siguiéndolos con los brazos entrelazados. Siempre la pareja enamorada. Si no fueran tan amigos, la envidia que sentía por ellos se volvería tóxica.

La casa se erguía imponente a pesar de ser de sólo tres pisos, con la planta superior aparentando ser un ático. Era la parte frontal de granito y las amplias ventanas mirándolos hacia abajo como ojos blancos, lo que le daba un aire tan majestuoso. Al menos las ventanas en la parte inferior estaban iluminadas con luces cálidas, como miel derramándose sobre el césped bien cuidado.

La puerta principal se abrió antes de que tuvieran la oportunidad de tocar el timbre. Jin no sabía lo que había estado esperando, posiblemente a un sirviente beta o incluso al propio Miner... pero que
Jungkook fuera el que estuviera en la puerta, lo tomó por sorpresa. Se quedó inmóvil en los escalones de la entrada, con el corazón latiendo contra sus costillas, gimiendo al sentir un pequeño y cálido desliz de lubricante humedeciendo su trasero.

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