CAPÍTULO OCHO.

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Jungkook estaba parado junto a la ventana de su habitación, mirando hacia fuera al césped bien cuidado de la calle que sabía lo llevaba a la casa de Jin. Esa mañana se había tomado toda su dosis de
tranquilizante alfa, supervisado por su padre quien había entrado en su habitación justo antes de su hora habitual para despertarse, para asegurarse de que se la tomara toda.

El medicamento le ayudaba a mantener su buen juicio, pero también le molestaba su eficacia. Quería sentir el tirón de la imprimación, quería rendirse a este y salir corriendo por la calle, rebasar a los otros
alfas y omegas que iban por allí, para ir a ver a Jin de nuevo. Al diablo con los protocolos. Pero sabía que el tranquilizante alfa le ayudaba a recordar todas las razones por las que tenía que ser paciente.

Al menos por hoy.

Bajó hacia la cocina, preparó su propio desayuno que consistió en un sándwich de huevo, y se lo comió apoyado en la puerta del estudio, escuchando cualquier fragmento de información que sus padres
hablaran en tono bajo. Cuando la puerta se abrió, dio un salto hacia atrás y simuló estarse viendo en el espejo al otro lado del pasillo.

Acomodándose el cabello e inspeccionándose los dientes, esperó que
pareciera como si no estuviera más que siendo vanidoso.

La ceja arqueada de su padre le dejó claro que no lo engañaba ni un poco.

—Entra, hijo. Nos gustaría compartir la información que Jeft Mellor nos trajo.

Jungkook se apartó del espejo y se metió en el despacho de su padre. Las ventanas estaban abiertas, permitiendo que una fresca brisa otoñal sacara el humo del cigarro, pero el cenicero de bronce en el borde del escritorio y las cuatro colillas aplastadas, hablaban de la continua
ansiedad o dolor de su papá.

—Siéntate. —Su padre asintió hacia la segunda silla frente a su escritorio. Llevaba puesta su camisa habitual y un pantalón de vestir.

Su chaqueta y una corbata colgaban en un perchero de pie al lado de su escritorio, pero sólo se las pondría si uno de sus socios lo iba a visitar.

Su pelo rubio estaba peinado hacia atrás, despejando su frente que parecía preocupada, con el aroma al aceite de limón que utilizaba para estilizarlo, y sus ojos azules lucían cansados pero no enojados. Jungkook tomó eso como una buena señal.

Su papá ocupó el otro asiento. Había cambiado sus pantalones deportivos del día anterior por unos más elegantes, a la última moda.

Traía un suéter arremangado, dejando al descubierto sus manos temblorosas, las cuales metió entre sus piernas y asintió hacia su pareja.

—Puedes fumar si quieres —susurró Jungkook —. Lo soportaré.

Su papá sonrió gentilmente. —Ya fui lo suficientemente indulgente conmigo. Es tiempo de entrar en negocios.

El padre de Jungkook dejó caer una pila gruesa de papeles sobre su escritorio junto con otras tres más delgadas que estaban cubiertas con tela. —Ojala que el señor Kim haya contratado un abogado que le ayude a preparar su información. Dudo que ya tenga preparado un paquete omega por ahí guardado. Con toda probabilidad, cualquier información que sus padres hayan preparado, habrá desaparecido hace tiempo, considerándola innecesaria. Puede que nunca tengamos todos los detalles que nos gustaría saber sobre su familia.

—Está bien —dijo Jungkook.

Su padre presionó los labios juntos, pero no se opuso a su opinión.

—La buena noticia es que su padre era asistente de investigación en Monte Jurado, así que lo más probable es que no sea falto de inteligencia. Y su papá era considerado un buen hombre en todos los
sentidos. Tenían una buena casa, eran sociables y muy queridos.

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