Sam
Ya pasaba de medio día, y yo seguía caminando al lado de Mon, sin detenernos ni por un segundo, sintiendo cómo el cansancio comenzaba a acumularse en mis piernas. Sin embargo, no quería detenerme. La energía de nuestra conversación era tan cautivadora, tan envolvente, que ni el cansancio ni el paso del tiempo parecían importar. Habíamos hablado tanto, de manera ininterrumpida, como si el tiempo simplemente hubiera dejado de existir en esos momentos. Las palabras fluían de manera natural, sin esfuerzo, como si todo lo que teníamos que decir se hubiera formado en el aire antes de que lo pronunciáramos. Cada conversación, ya fuera ligera o profunda, parecía conectar con la siguiente de una manera tan orgánica que era imposible no sentirse absorbidos por ella. No había espacio para la superficialidad, ni para los juicios; solo había lugar para la curiosidad, el entendimiento y la empatía mutua. Cada tema parecía abrir la puerta a algo nuevo, a una idea que aún no habíamos explorado, algo que nos incitaba a seguir conversando, a seguir conociéndonos más profundamente.
Había algo mágico en esos momentos, como si el mundo entero a nuestro alrededor se desvaneciera mientras las horas se deslizaban, casi volando, sin que ninguno de los dos pudiera o quisiera detenerlas. Estábamos tan sumidos en nuestra conexión que el tiempo perdía su significado. A veces, hablábamos de algo tan filosófico que parecía como si estuviéramos buscando respuestas a preguntas eternas, pero de repente, la conversación se movía hacia algo completamente trivial, como una anécdota graciosa de la infancia, y aún así, el interés nunca desaparecía. Los cambios en el tono, los saltos de un tema a otro, no interrumpían la fluidez, sino que la enriquecían. A veces discutíamos sobre lo personal, sobre nuestras experiencias, nuestras inseguridades, nuestros sueños; otras veces tocábamos temas más universales, que se extendían más allá de nuestras propias vidas, pero siempre había algo que nos mantenía ahí, atentos, buscando una comprensión más profunda del otro.
Lo que realmente importaba, lo que hacía que esos momentos fueran tan especiales, era esa conexión auténtica y pura entre nosotros, esa sensación de que no importaba lo que dijéramos, porque ambos estábamos dispuestos a escuchar y a entender desde un lugar genuino. Ese intercambio sincero de pensamientos y sentimientos solo sucede con las personas que realmente te comprenden, que te aceptan tal como eres, con tus complejidades, tus contradicciones y tus aspiraciones. Estar con Mon en esos momentos era como estar en un refugio de confianza, donde las palabras no solo eran palabras, sino puentes que nos acercaban aún más, que nos unían de maneras invisibles pero tan reales que, en esos momentos, la realidad misma se desvanecía y solo quedaba la esencia de lo que compartíamos.
- Mon, hazme caso, te vas a perder - Dije entre risas mientras caminaba por un sendero hermoso en el cual se escondía mi querida novia - No quiero quedarme viuda antes de casar. Mon, hazme caso mi vida - Sentí un peso en mi espalda y era ella quien se había trepado de un salto
- como me voy a perder aquí Sam - me contestó riendo mientras me daba un beso en la mejilla y se bajaba de mi
- No tu hubieses bajado - Entrelace mis manos con la de ella y la acerque a mi mientras seguíamos caminando
- Si esto es una mini-luna de miel, no me quiero imaginar la oficial - roce su nariz con la mía y sonreí
- Será muchísimo mejor, te llevare a lugares increíble, descubriremos nuevos paises juntas, será simplemente perfecta
- Prométeme que nunca se acabará esto - sus ojitos brillaron y yo solo pude sonreírle mas
- Esto no tiene por que acabar amor, yo no quiero que termine quiero tenerte siempre conmigo, ya sea a las buenas o a las malas - Ambas reímos - que te separes de mi no es una opción mi amor
- ¿Juntas hasta el fin del mundo?
- juntas hasta el fin del mundo, está vida y la otra - solamente eso bastó decir para que juntas corriéramos tomadas de la mano y saltar desde lo más alto a lo que era una especie de lago
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