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Estaba dispuesta a seguir su consejo, caminé hacia la parada del autobús, aún tenía en mente la fotografía del chico, sé que debo olvidarlo pero una fotografía jamás se debe dejar en el olvido, el autobús tardo cerca de diez minutos en llegar, subí, tome asiento cerca de la ventana e iba viendo como el sol estaba por meterse, los atardeceres son lo mejor que el mundo tiene para los enamorados y las personas rotas.
Cuando te enamoras admiras el atardecer pero admiras más a la persona que está a tu lado, un atardecer se vuelve poca cosa cuando tienes a la persona de tus sueños. Cuando estás roto, aún te queda un poco de esperanza en esos colores tan brillantes. Sabes que el sol se meterá y al día siguiente volverá a salir, a ti te toca ser tú propio sol que nunca deja de brillar, el mundo es más lindo cuando lo ves así.
Al fin llegué a mi destino, bajé del autobús y caminé un poco más para llegar a casa, estaba muriendo de hambre, mi comida en el día fue un café a medias. Abrí la puerta con miedo, tenia miedo de mi misma, de mi soledad pues las personas no deben estar solas cuando están tristes porque su mente se convertirá en el peor enemigo y mi mente era muy poderosa. Entre a casa e inmediatamente lavé mis manos para preparar la cena, eran cerca de las nueve de la noche, la comida ya había pasado, prepare pasta con verduras al vapor, nunca antes preparar la cena me había llevado tanto tiempo, estaba agradecida por eso. Mi mente necesitaba estar ocupada, por desgracia ni todo el tiempo del mundo hacía que mi comida fuera buena, aún así terminé hasta el último bocado, quizás debía aguantar el hambre más seguido así no sobraría tanta comida. Comía en el sofá mientras veía televisión, me recosté un poco,
mis ojos se cerraron.

Las notas de nuestros corazones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora