Amanda Wayne

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Me gustaría contaros la hermosa, y breve, historia de como una chica joven resultó lo suficientemente valiente como para seguir su camino sin miedo al qué dirán. Ella era atípica, como su nombre y aspecto; pero supo seguir el camino que el universo le había mostrado. Su nombre era Amanda Wayne.

Amanda Wayne era una joven de semblante pecoso y trazos dulces, de cabello salvaje y crepuscular, de mirada azabache y afilada, casi violenta, y mente avispada, cuyo apellido la convertía en el objetivo de muchos ojos; pues de Los Wayne se esperaba nada más que maestría ante la música, y muchas veces el apellido pesaba más que ella misma.

Los Wayne era un prodigioso elenco de músicos cuya fama se expandía incluso en los lugares más recónditos del Reino Unido; habían aparecido en una centena de portadas de revista y algunos periódicos notorios, como el Daily Mirror o el Guardian; realizado incontables conciertos en los varios países que conforman la unión y filmado algún que otro reportaje sobre sus vidas en célebres plataformas audiovisuales como Netflix y Disney+. Su éxito estaba en boca y oído de todos: los jovenzuelos, veían sus caras en las redes y los más ancianos, leían sus éxitos en las noticias; todos sentían respeto por ese apellido tan peculiar que compartían con el justiciero de los cómics. Pero más allá de la faceta de virtuosos que portaban, se encontraba una vida familiar un tanto intrincada y exigente.

Amanda poseía un control inigualable con el violín: el arco lo tenía completamente domado, y hábilmente hacía nacer de esas cuerdas de tripa, notas ricas y suaves, similares a la voz humana. Todas salían bellas y acompasadas, creando así un ritmo casi angelical; sin embargo, la influencia de su familia pesaba más que su talento y ella solía caer inadvertido. A esto le tenemos que sumar su talón de Aquiles: la timidez. A su edad adolescente no tenía apenas amigos y eso la convertía en un bicho raro, sobre todo, si su vida sucedía en una maraña de lujos y perfecciones donde todos debían conocerse; o 'tener contactos', como se decía en las altas esferas.

Se trataba de la hija mediana de la familia de artistas más reconocida del país; y eso, supuso para ella desaparecer, desde los últimos años, en un vacío de atención por parte de los padres, quienes habían comenzado a otorgarles más mimo a sus otros hijos para que alcanzaran, al igual que ellos (Florence, la madre, era la cellista más ilustre; James, el padre, era reconocido por su virtuosidad ante el piano) un excelente puesto en la sociedad gracias a sus habilidades musicales. De algún modo u otro, se alejaban de Amanda por no ser como el resto de sus hermanos; es decir, por no ser tan talentosa. Tenían unos estrictos parámetros para alcanzar lo que ellos denominaban "el estrellato" y, según los mismos, su hija no resultó estar tan dotada como deseaban.

Le faltaba 'chispa' le decía su madre a su padre un día en la comida. Y no solo se refería a la música, sino también a su forma de ser. Para ellos, ser reservada era un pecado y en muchas ocasiones maldijeron la primera vez que le colocaron un libro delante de sus ojos. Desde entonces, no hacía nada más que eso: leer y jugar con su violín. Esa relación de intimidad de cuando era niña creada entre las teclas del piano del padre y las cuerdas del violoncello de su madre había ido diluyéndose con el pasar de los días; con el nacimiento de sus hermanos menores ella pasó a ser un segundo plato. Hasta que llegó un momento, en el que decidieron fijarse más en sus hijos varones, porque sabían que, algún día, tenían que poner cara a la familia; y una mujer sola no podía hacer eso, y muchos menos si se mostraba fría e indefensa ante el público, como un conejo que huye de un lobo. Desde hacía tiempo, Hugh, Eddie y Benedict estaban siendo preparados para un futuro asombroso, y no parecía que la hermana tuviera lugar en esos planes.

Amanda era ciertamente peculiar. Más allá de su aspecto (un tanto intimidante para una chica de su edad) había también una profunda pasión: por la música, como era de esperar. Es algo que sus padres le inculcaron a base de bien en sus primeros años de vida: le mostraron las delicadas piezas del reconocido Beethoven, se la llevaban a sus conciertos, le mostraron el ambiente selecto de la Royal Opera House y, a la edad de los trece, la inscribieron en la RAM (Real Academia de la Música) para que comenzara su carrera como violinista en una de las academias más prestigiosas del mundo. Su educación había sido excelente y sabía que su vida era un privilegio que pocos podían permitirse. El apellido que acompaña su nombre la había llevado a lugares que no podía imaginarse y estaba realmente disfrutando de ese sueño que sus padres le habían brindado. Llevaba toda su vida conectada a las partituras y al tacto ligero del violín en su hombro; estaba acostumbrada al cantar depurado de la ópera, a los paseos por los amplios pasillos de la academia y a la rigurosa rutina de sus clases, que con los años ese interés por las melodías clásicas y los ambientes cultos dejaron de ser su pasatiempo para convertirse en una razón para seguir adelante.

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