III . Deshecha

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Noche del Lunes 12 De Marzo De 1870.

La música hecha por varios instrumentos y la plática de un hombre que reside en el pueblo, escuchaba Tonatiuh, el protagonista del chisme en ese pueblo.

—Entre tantos pueblos interesantes y grandes, estamos. Somos un pueblo muy escondido en el estado.

—Tal vez por eso su belleza. —Le sonrió al acompañante—.

Al lugar entraban esas mujeres solitarias dándose cuenta de los múltiples desconocidos en el lugar, la mayoría, hombres jóvenes, recién llegados ante las vísperas de Semana Santa.

—Miren que bonita fiesta. —Catalina, viendo todo el panorama—.

La fiesta puso en alerta la tranquilidad de Elena, por todas las miradas en ellas al entrar ¿Fueron halagos o críticas? No lo sabía, pero sentía sus propias opiniones contra ella en los ojos de otros.

—La música suena bellísima. —Lidia, entusiasmada como su madre—.

—¡Si! ¡Qué ganas de bailar! ¡¿No les parece?! —Con el regalo en manos, en medio de sus dos hijas, insinuó—.

—Ganas de irse querrás decir, mamá. —agregó disgustada, Elena, con la garganta seca por sus nervios y manos sudando— Iré a la mesa de bocadillos...

Elena se fue y Catalina con Lidia, buscando ver el espectáculo que era la orquesta al tocar, se adentraron en la fiesta, entre los salones que ocupaban las personas, así, Lidia dando su imagen bella y fina al moreno.

—Y ella ¿Quién es? —preguntó Tonatiuh, viéndola con devoción—.

—Ah, "Las Córdoba". Solitarias, Catalina y Lidia Córdoba, madre e hija...

Ese pueblo, al verlas siempre solas, sin un "hombre" que las acompañará, las nombró "Las Córdoba", apodó dado y adoptado con dignidad por esas mujeres que sufrían los prejuicios de esa sociedad pequeña del pueblo de Santa Mónica.

—¿¡Lidia Córdoba!?

Tonatiuh, por primera vez, después de ver por tanto tiempo a Lidia en fotografía blanco y negro, la veía a unos metros de él, a color; vestida de rojo. Impresionado por su belleza real, se dio unos largos segundos para admirar cada rasgo o característica bella de su persona; el cabello largo rubio, su altura alta, figura armoniosa y tantas cosas que de lejos no podía encontrar.

Temblando de emoción se disculpó con el hombre y cruzó la nula distancia que le alejaba de su joven prometida. Llegó detrás de ella, tocando su hombro descubierto, llamándola por su nombre.

—¿Lidia? —Ambas mujeres voltearon, mostrando sus ojos azules y con ellos preguntando quién era el caballero— Señora Catalina, un gusto...

—¿Lo conozco? —Lidia, mirando al guapo hombre—.

—No, pero, yo, bueno, todos te miran aquí, no fue difícil preguntar tu nombre. —Amable, riendo nervioso—.

—¿Usted, es? —Hizo otra pregunta, dejando al hombre pensar lo que diría—.

—José Fuentes. —Mintió un poco— Sólo quería decirle, lo bella que es usted.

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