Prólogo

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"Los pasajeros del vuelo treinta y ocho, con destino a Italia, por favor..."

Escuché el intercomunicador y me despedí de mis padres. Con una mezcla de emociones encontradas miraba hacia ellos mientras las escaleras eléctricas me llevaban a la cima. Con un último adiós agitando mi mano en el aire, me despedí de mis padres.

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No en primera clase, pero en mi cómodo asiento al lado de la ventanilla, miré como el suelo de la pista se hacía movible y con cada segundo me alejaba más de mi hogar.

- Desea algo para tomar? - preguntó la azafata.

Negué con una sonrisa y ella se marchó.

Desde pequeña odio las multitudes de personas, los lugares pequeños, oscuros,  lugares muy grandes y cerrados, sin aire natural o iluminación abundante. Me asfixia, genera en mi una sensación de miedo, desesperación, estar encerrada hace que mi mente me haga creer que estoy viviendo uno de sus escenarios de terror, y no tener una escapatoria sintiendo solo el aire caliente de mi respiración, me provoca náuseas y vómitos.

Estar en un avión es semejante a todas esas sensaciones, me da vértigo saber que mis pies solo están sobre un pedazo de metal con alas y no en la tierra, pues de ella no puedo pasar, más de aquí si, incluso de la tierra, quizás a tres metros y en un ataúd cuando este cajon tecnológico se estrelle y me arrebate la vida. El miedo me revuelve el estómago y es inevitable retener cualquier cosa que contenga en mi estómago, es la razón por la cual vomito en los aviones, autos, transporte público o cualquier cosa peligrosa que desate mi claustrofobia, porque me da miedo pensar que mi vida depende de una chatarra con ruedas, o que para divertirme tengo que poner en riesgo mi vida.

Me pongo de pie una vez que anuncian el despegue y las medidas de seguridad. Caminé al baño y agarré con fuerza lo más sólido y resistente que había a mi alrededor, lamentablemente nada me parecía lo suficientemente seguro en ese momento. Apreté los ojos con fuerza y sentí como la gravedad tiraba de mi cuerpo hacia abajo cuando el avión se elevaba en el aire. No tardó mucho cuando ya estaba asqueando y liberando mi agarre, literalmente tuve que meter mi cabeza en el retrete

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- Si papá! Ya aterricé, voy camino a tomar un taxi - respondí al señor Joseph Bianchi.

- Cuídate mucho bebé! Papá te ama ¿Ok? - se despidió.

Guardé el móvil en el mini bolsito que traía al hombro y subí a un taxi tirando de la maleta hacia mí.

- Ciao buon pomeriggio. Potresti portarmi all'hotel Tiber, per favore? (Buenas trade. Me podrías llevar al hotel Tiber por favor?) - pregunté al taxista, en su idioma, y este asintió.

El hotel no estaba tan lejos del aeropuerto, pero la corta vista desde el auto a la cuidad era maravillosa, Roma es uno de mis lugares favoritos.

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Bajé del taxi frente al edificio y pagué al chófer.

- Grazie! - tomé el cambio.

Contemplé la hermosa arquitectura del hotel y suspiré de emoción. Di el primer paso con una sonrisa de nerviosismo, y el segundo con seguridad.

- Buon pomeriggio. Potrebbe dirmi se c'è una prenotazione a nome di Lilith Bianchi? (Buenas trade. Podría decirme si hay alguna reservación a nombre de Lilith Bianchi?) - llegué a la recepción.

- Sì - buscó en el ordenador y de inmediato me ofreció la llave.

Tomé la tarjeta de entrada que portaba la información necesaria, piso 26, habitación 2591. Arrastrando mi maleta me dirigí al ascensor, el cual estaba a punto de cerrar, así que me apresuré e intervine con mi pie derecho.

Mi Sr Vicenso CassanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora