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CAPÍTULO 5

Un viaje, una persona, una película, un libro, un recuerdo puede ser el símbolo de transformación personal.

Bronwen.

Siete con treinta y cinco minutos.

Menos de media hora para ver a Jade y todavía sigo en el restaurante. No me dará tiempo para arreglarme o tan siquiera pasarme una mano de gato. Tal vez esto es una señal del universo para no conocernos.

Mi cita con Jean ya fue cancela. Antes de venirme para el trabajo pasé por el club y pude platicar y aclarar algunos puntos con el pelirrojo y me fue bien, a decir verdad. No se lo tomo para nada mal ya que me confeso que él también estaba un poco pasado de copas, según porque Riley y yo lo sumergimos a tomar rondas. Al pobre le han tenido que sustraer dinero de su sueldo por las bebidas que regalo esa noche.

Esa noche fue una locura total.

—¿Bronwen tienes el aderezo listo?

—Ya está todo listo Amelia —informo viendo el reloj en la pared. Siente con treinta y siete minutos —. ¿Puedes ir más despacio? —gruño insistente al tiempo que se apuesto de acuerdo con la jefa para torturarme.

—¿Disculpa? —Amelia frunce el ceño, desconcertada.

—Es una canción —miento, descansando mi barbilla en mis brazos flexionados —. ¿No la has escuchado?

Ella niega.

—Es una infantil, a lo mejor es buena razón para no escucharla.

—¿De a cómo va?

Es momento de poner mi mente a brillar.

—¿Puedes ir más despacio? La cena no se enfriará, nuestros cuerpos si lo harán cuando vallan por ellos al hospital.

—¡Bronwen! —se exalta —. ¿Cómo esa letra puede ser infantil?

—Canción infantil para niños fanáticos de Edgar Allan Poe —suavizo con una sonrisa. ¿No se me pudo ocurrir otro fragmento menos perturbador?

—Ahora tiene sentido, aunque —ladea la cabeza —. No creo que niños lean Edgar Allan Poe.

—Pregúntaselo a la Bronwen de diez.

—Lo siento —me da una mirada de condolencia en forma de broma.

—Eso díselo al propietario del corazón que esta oculto en el suelo de mi apartamento.

Arruga su nariz en desagrado.

—No sabes cómo me repugna tu humor negro.

—Si santa paloma.

Ambas nos quedamos viendo y estallamos en carcajadas. Amelia es igual o peor al hacer bromas raras y un tanto traumante para todo tipo de oyente.

El sonido del horno nos avisa que la última entrega de macarons ya está lista. También ese lindo sonido notifica mi salida. Miro nuevamente el reloj y tengo menos de quince minutos para llegar a mi casa, ducharme, cambiarme e irme a esa cita con el hombre del momento.

—Esto ha sido por hoy —digo quitándome el delantal blanco.

—Como me estoy arrepintiendo meter horas extras —se lamenta Amelia. Nosotras somos las únicas en la cocina, los demás están organizando el banquete para la boda agendada de hoy.

—Buenas noches, diviértete Leli —es su apodo. Su sobrina no puede pronunciar Amelia y en su intento le sale un Leli.

—Gracias a ti lo hare —me da un beso en la mejilla de despedida. Le preste el libro el Retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde y eso hará más tolerable su noche.

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