Capítulo 55●

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La luz de la mañana llegó lentamente. El suave gorjeo de los pájaros despertó a Severus de su ligero sueño. Se sacudió bruscamente al darse cuenta de que incluso se había quedado dormido empujando a la mujer encima de él. Hermione gimió suavemente y le pasó la mano lentamente por el pecho con un movimiento tranquilizador, tratando de calmar el corazón que latía con tanta fuerza que amenazaba con hacerle rebotar la cabeza en el pecho.

Habían pasado tres noches desde que había expresado su preocupación por las protecciones. Tres noches en las que él se sacudía debajo de ella, despertándola. Afortunadamente, no se había despertado todas las veces, pero cuando lo hacía trataba de calmar sus nervios crispados.

Continuó acariciándolo suavemente hasta que sintió que su corazón volvía a niveles más normales. Ella atribuyó su estrés actual al hecho de que lo habían visto en público y nada más. Lo había acompañado dos veces a revisar las protecciones exteriores y, al igual que él, no había encontrado nada fuera de lugar.

Severus se relajó en las almohadas cuando ella lo tocó y sus ojos volvieron a cerrarse. Había conseguido dormir algo durante el día, pero sólo cuando ella estaba en casa con él. Se había echado unas cuantas siestas en el despacho mientras ella tecleaba en su máquina de escribir muggle. El tic-tac de las teclas era su canción de cuna. Incluso oía el sonido mientras dormía, para su gran agitación.

Hermione volvió a acomodarse, rodeándole la cintura con el brazo. Sabía que él no descansaría ese día, ya que ella tenía que volver a la biblioteca a por un libro más. Esperaba estar en casa antes del almuerzo, pero no estaba segura. Le hubiera gustado llevárselo con ella, sin duda se habría quedado tan asombrado como ella ante la enorme cantidad de conocimientos que contenía la biblioteca. Iba a aprovechar sus dos años al máximo para poder acceder a los secretos que contenía.

Severus sintió que Hermione volvía a dormirse y se pasó una mano por el rostro cansado. No podía permitir que esto continuara. No era un hombre paranoico por naturaleza, pero sí precavido. Siempre podía confiar en su instinto para saber si algo iba mal.

Dejó escapar un pesado suspiro y giró la cabeza hacia abajo abriendo los ojos a la preciosa vista que tenía ante él. Nunca daba por sentado que se despertara a su lado y estaba seguro de que nunca lo haría. Sus dedos le apartaron el pelo de la cara y de debajo de la barbilla. Su dedo recorrió la línea de su mandíbula y el oleaje de su mejilla antes de que sus ojos se posaran en sus largas pestañas.

Unas ligeras pecas se escondían justo debajo, el color oscuro de su falta de sueño casi las ocultaba a la vista. Trazó un leve pliegue cerca del rabillo del ojo hacia la sien. Otro signo de que se estaba haciendo mayor. Era sutil y sólo aparecía cuando se reía o sonreía, pero estaba ahí.

Pensó en su cumpleaños de aquel año y en que no había hecho nada especial por ella. Lo reconocía, por supuesto, pero aparte de darle unos cuantos besos más y ceder a su deseo de más placeres carnales, no había hecho nada realmente excepcional.

Estaba seguro de que ella tampoco había visitado a sus "amigos" en mucho tiempo. Él no controlaba sus idas y venidas, ella era su propia mujer, podía hacer lo que quisiera, pero siempre parecía contarle cualquier cambio en su día. Por mucho que se resistiera a admitirlo, tal vez ella necesitaba algo más que pasar un rato en la playa. Había visto cómo se le había iluminado la cara al ver a aquel imbécil y no se atrevería a decir que hacía mucho tiempo que no veía esa pequeña chispa en su interior.

Por mucho que a él le gustara estar solo, sabía que ella no era tan parecida a él en ese aspecto. Sí, le gustaba estar sola para trabajar, pero también necesitaba conversación, afecto, interacción. Él no había sido tan complaciente últimamente, dado el tiempo que pasaba bajo la casa en el laboratorio o involucrado en su propia investigación.

𝕷𝖆 𝕾𝖊𝖗𝖕𝖎𝖊𝖓𝖙𝖊 𝖞 𝖑𝖆 𝕷𝖊𝖔𝖓𝖆 | 𝕾𝖊𝖛𝖒𝖎𝖔𝖓𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora