CAPÍTULO 8

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Lo primero que Emily sintió fue la oscuridad y el frío. Podía escuchar el sonido seco de los pasos del sudes y de su propia respiración. Luego notó que se desplazaba, y tardó en darse cuenta de que no lo hacía sobre sus pies. En su determinación, Dubois la había llevado en brazos a través de lo que Emily identificó como el interior de la cueva. Dubois se detuvo al advertir que se quejaba, e inmediatamente la dejó en el suelo con brusquedad.

Emily volvió a caer.

— Levanta, me estás retrasando— Se lamentó enojado, al tiempo que la cegaba con la luz de una linterna.

Emily apartó la vista a un lado, e instintivamente intentó huir de él arrastrándose hacia atrás, pero su cuerpo dio contra una de las paredes irregulares de la cueva, y pronto se encontró atrapada de nuevo por Dubois, que tiró de ella hacia arriba, obligándola a alzarse.

Emily lo hizo, pero tuvo que apoyarse contra la pared. Sintió bajo la palma de sus manos la frialdad y la aridez de la roca. Miró hacia el fondo, más allá de Dubois. No percibía claridad, lo que significaba que estaban lejos de la entrada.

— ¿Qué quieres de mí?— Lo enfrentó a pesar del dolor punzante de su hombro— No encajo con tus víctimas.

Aún en la penumbra, Emily notó la extrañeza en su rostro.

— Eres Perséfone. Volviste de la muerte, como ella— Se limitó a exponer el sudes— Eso fue lo que le dijiste a tu amante, ¿no?

Emily jadeó con incredulidad. Reid y ella habían interpretado mal el mito de Perséfone. Para el sudes, no representaba la primavera, sino la muerte, y precisamente de su muerte había hablado con Derek en aquella terraza. Tal vez Dubois ni siquiera se habría planteado secuestrarla precisamente a ella si no hubiera escuchado aquella conversación.

Se dio cuenta entonces de la verdadera gravedad de su situación. Estaba herida, en medio de una cueva y no era una víctima aleatoria. Tal vez en un principio su interés por ella no había sido más que averiguar algo sobre el caso, pero aquello había cambiado. Dubois la había escogido específicamente a ella para cumplir alguna especie de fantasía abominable que terminaría con ella muerta con un tatuaje en la espalda.

Se dio cuenta también de que era imposible que el equipo la encontrara a tiempo y de que su bebé nunca nacería.

Sus manos, en un gesto inconsciente se deslizaron hasta su vientre.

Y en ese preciso instante, se dio cuenta de que resignarse a su suerte no era una opción, y que haría cualquier cosa para salvar a su bebé.

Calculó sus posibilidades, que no eran demasiadas. Su mente aún no funcionaba con total claridad, pero aun en la oscuridad sabía desde dónde habían venido. Con suerte, Dubois no habría recorrido demasiado trecho y en cualquier caso, huir era mejor que quedarse allí, con él. La oscuridad podía ser un problema, pero también una aliada y decidió que era mejor esto último. Lo único que se interponía entre esa oscuridad y su posible salvación era la linterna que Dubois sostenía en la mano izquierda, por lo que pudo juzgar, no con tanta fuerza como sostenía la glock en su mano derecha. Podría haber intentado arrebatarle el arma, pero dada su propia debilidad, dudaba que pudiera lograrlo, y dudaba también que Dubois fuera tan imprudente como para disparar dentro de la cueva.

Distraídamente palpó la pared, fingiendo que trataba de recuperar el aliento hasta que finalmente sus manos, aún atadas, se cerraron alrededor de una pequeña piedra suelta. Se enderezó y lo miró a los ojos.

— ¿Qué vas a tatuarme?— Le preguntó con entereza.

Notó su desconcierto por lo inesperado de la pregunta, y en ese desconcierto, Dubois bajó el arma lo suficiente como para que Emily se atreviera a actuar.

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