CAPÍTULO 11

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Morgan calculó que había pasado poco más de una hora cuando Emily se removió en sus brazos. Pese a lo vivido, su sueño había sido tranquilo, posiblemente sólo por lo agotada que debía estar.

— Ey, Emily...— La llamó suavemente— Tenemos que continuar.

Emily abrió los ojos lentamente y miró a su alrededor, desorientada. La única luz que quedaba era la de la linterna de Morgan, por lo que prácticamente estaban a oscuras. Se incorporó somnolienta, cuidando de no dañar de nuevo su hombro.

— Lo siento...— Se disculpó— No pretendía quedarme dormida.

Morgan se encogió de hombros, restándole importancia.

— Necesitabas descansar— Notó cómo se estremecía, frotándose las manos para entrar en calor. Por su parte, demasiado ocupado velando por ella, no se había dado cuenta de que la temperatura había bajado— ¿Tienes frío?

Emily apenas llevaba una camiseta ligera, y nada de abrigo.

— Ha sido una ráfaga de aire...— Dijo ella— Seguramente es de noche.

Morgan comprobó la hora en su teléfono móvil. Eran más de las siete de la tarde, y en aquella zona y en aquella época del año, ya habría oscurecido. En realidad, no habían pasado más que unas horas en el interior de la cueva, pero la sensación que ambos tenían era la de que llevaban allí días.

— Bueno, no supone ninguna diferencia aquí dentro...— Señaló. La miró un poco inquieto. Parecía más recuperada, pero no estaba seguro de si lo suficiente— ¿Te encuentras mejor?

En lugar de responder inmediatamente, Emily se levantó, apoyándose en él para hacerlo.

— Sí... Vamos— De nuevo se estremeció— ¡Qué frío...!— Se quejó— ¿Cómo es que ha bajado tanto la temperatura? Se supone que en el interior de las cuevas la temperatura es constante...— Recordó.

Morgan también lo sabía. No tenía una gran experiencia en paseos por grutas perdidas, pero lo había escuchado alguna vez, también por boca de Reid. Y entonces se dio cuenta de algo más, si Emily había sentido una corriente de aire sólo podía significar una cosa.

Adelantó unos pasos y se quedó quieto, hasta que él mismo percibió ese flujo de aire fresco, no demasiado fuerte, pero ahí estaba.

Se volvió hacia Emily, que lo observaba desconcertada.

— Tienes razón... No debería haber bajado tanto la temperatura— Señaló hacia la oscuridad, hacia el recorrido que les quedaba hacia adelante— Tenemos que estar cerca de la salida.

Emily rápidamente hizo las conexiones necesarias. Abrió la boca aún incrédula, pero aquella era la explicación más lógica y todo lo que fuera lógico para ella, le resultaba tranquilizador.

— ¿Crees que...?

Antes de que pudiera terminar la frase, Morgan la tomó de la mano, y caminó a lo largo de la galería, implorando a todos los dioses conocidos no haberse equivocado.

Le escucharon.

Apenas un par de giros después, atisbó lo que podía ser una entrada. No podía estar seguro. La noche se había cerrado sobre el cielo, y apenas se podía distinguir nada. Se miraron el uno al otro, esperanzados, y apresuraron el paso, hasta que por fin se detuvieron ante un firmamento inmenso lleno de estrellas.

Habían encontrado la salida.

Se quedaron en silencio, mirando hacia las estrellas.

— Nunca me parecieron más hermosas— Susurró Morgan.

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