El olor a dragón era más intenso aquella noche. La oscuridad en los túneles dejaría indispuesto a cualquiera que quisiera entrar, pero a ella no. Era la tercera vez que se infiltraba dentro del sitio y podía sentirlo, ese era el día.
Se acarició el vientre abultado con una sonrisa colgando de su hermoso rostro. Aquel espeso cabello negro le daba un aspecto lúgubre enmarcado por esos ojos color esmeralda.
En medio de la penumbra, a medida que la vibración de su pecho incrementaba, pisaba con mayor firmeza. Estaba cerca, demasiado cerca.
Una enorme bestia grisácea con crestas rojas descansaba cómodamente sobre el piso. Se acercó, sintió una contracción. Era hora.
Llevó manos y rodillas al suelo, enterró los dedos lo más profundo que las piedras se lo permitieron. Otra contracción. Los ojos de Arrax se abrieron de pronto, elevó la cabeza olfateando al intruso que se atrevía a perturbar su sueño.
El piso comenzó a sacudirse debido a que el dragón se estaba moviendo. Los picos sobre su cabeza comenzaron a iluminarse en un intenso color rojo. Bajo el sol nadie notaria aquel rasgo característico, su piel solo resplandecía cuando lo sentía necesario.
La mujer comenzó a recitar.
«La noche es oscura y alberga cosas aterradoras, y el día es luminoso, bello y esperanzador. La una es negra; el otro, blanco. Hay hielo y también hay fuego...
La mandíbula de Arrax se abrió con la intención de soltar el fuego que verberaba en su garganta. Alys se sacudió debido a los dolores de parto, apretó los puños. No tenía nada que temer, aquella plegaria venia desde lo profundo de su corazón, estaba cargada de la voluntad del Señor del Fuego, de sus más profundos deseos. De la encomienda que se le dio. Continuo.
...odio y amor. Amargura y dulzura. Alfa y Omega. Dolor y placer. Invierno y verano. Mal y bien. Muerte y vida. Miréis hacia donde miréis, opuestos. Miréis hacia donde miréis, la guerra».
De pronto, tanto Arrax como Alys se vieron rodeados por un aro de fuego espeso. Los ojos del dragón contemplaron a la mujer arrastrarse hasta quedar cerca de sus fauces. Olfateó nuevamente con cuidad. No sentía intenciones hostiles.
-¡Soy tu fiel sirviente! -dijo avanzado-. ¡Concédeme tu magia poderoso dragón, y yo haré de tu jinete el mejor de todos!
Poco a poco, Arrax cerró el hocico quitándole la sentencia de muerte a la mujer. Con las rodillas ensangrentadas, Alys continuó arrastrándose hasta lograr descansar la espalda en uno de los costados del dragón. Otra contracción.
Llevó ambas piernas casi a la altura del pecho lista para parir. Pujó.
La visión de aquel jinete montando un dragón de piel cristalina y ojos azules la sacudió como la primera vez. Inhaló. Volvió a pujar. La imagen de aquel hombre apilando cabezas sobre un rio de sangre la sacudió.
«Ya viene».
De entre los muslos de su cuerpo, una sombra con forma humana se abrió paso para salir. No tenia rostro, no llevaba algo encima con que pudiesen identificarla, era una simple sombra, nada, solo algo.
La sombra rugió como si de un dragón se tratase y acto siguiente salió como disparo de flecha a las afueras de la caverna. El pecho de Alys subía y bajaba intentando estabilizarse. El aro de fuego creció.
Cerró los ojos, suspiró y recitó una vez más; «Amargura y dulzura. Alfa y Omega. Dolor y placer. Invierno y verano. Mal y bien. Muerte y vida. Miréis hacia donde miréis, opuestos. Miréis hacia donde miréis, la guerra». El rugido de Arrax alertó a los cuidadores. Doloroso. Casi agonizante.
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129 d.C |Lucemond|
FanfictionEl cuerpo de Lucerys no conseguía moverse, frente a él, dándole la espalda, Aemond Targaryen llevaba hacia sus labios una copa de vino. "Gracias", dijo el omega con sinceridad. "No fue para tu beneficio", respondió el matasangre. Lucerys sonrió. "L...