Rhaenyra suspiró.
Giró los anillos en sus dedos mientras se concentraba en alejar la sensación de incertidumbre que la asolaba. Había pasado un tiempo considerable desde la última vez que se sintió así de inquieta, y parecía que el hueco en su pecho nunca se cerraría.
Los nuevos conocimientos que adquirió de la mano de Daemon, no eran diferente a lo que se imaginaba. Eran, a su parecer, algo digno del accionar de un traidor.
¿Qué era entonces esa creciente sensación de malestar y desosiego?
Era ella. Ella y la realidad golpeándola de tajo.
En menos de cuatro meses estaría de parto y todo lo que pasaba a su alrededor parecía lejos de tener solución. Tenía que comenzar a hacer arreglos, escribir cartas, delegar compromisos, y dejar que todo se fuera acomodando en su lugar.
Con ella en la cama de parto, un sin número de escenarios se podían presentar. Con Daemon acompañándola día y noche, la seguridad de sus hijos correría a cuenta de ellos mismos.
El alfa era receloso de su cuidado, y no dejaba que cualquiera que no fuera de su confianza se le acercara. El platinado aun guardaba en su memoria la forma en que Laena había muerto, y, por ende, jamás se permitiría no estar al tanto de todos los pormenores del alumbramiento.
La platinada apretó los labios en un intento por alejar aquellos pensamientos mal encausados. La idea de dejar a sus hijos a merced del traidor, palidecía al lado de cualquier sentimiento de seguridad que se podía esforzar por buscar dentro de ella.
—¿Eso es todo Ser? —preguntó Daemon hacia Erryk que se encontraba de pie entre él y Rhaenyra—. ¿Escuchó algo más?
El guardia movió la cabeza dándoles una negativa.
—No hay más, mi príncipe. No se me permitió escuchar el contenido de la conversación. Antes de abandonar la cámara, mi hermano le dijo a la reina que era un asunto sobre el príncipe Aemond que usted y nuestra heredera discutieron. A juzgar por la premura en sus palabras, deseaba comunicárselo a nuestra gobernante a la brevedad.
Daemon chasqueó la lengua y Rhaenyra captó su disgusto.
Esos guardias siempre fueron unos soplones, especialmente Arryk Cargyll y Criston Cole. Esos dos nunca mostraron lealtad hacia ella o su familia. Estaban juramentados a su padre, pero actuaban como si la reina fuera quién velara por ellos.
—¿Crees que escuchó todo? —preguntó la platinada a Daemon—. Casi me lo susurraste ¿cuánto pudo haber escuchado?
—Lo que sea que escuchó, no es nada que implique la intervención de Alicent. No tiene por qué pasar a mayores.
Rhaenyra apretó los labios. —¿Confías en que no hará un alboroto de eso?
—Confío en que Lord Mano tiene asuntos más importantes que atender. Dudo mucho que tenga la intención de hacerle caso a los delirios de su hija.
Definitivamente.
Lo que ella y Daemon habían discutido, no era algo que pudiera implicar el esfuerzo de Lord Mano por descubrirlo. Sin embargo, lo que a Rhaenyra le preocupaba, era como iba a ser transmitida dicha información. Alicent podía ser una mentirosa, pero había quienes, a pesar de eso, la tenían que obedecer. No necesitaba a los espías de la reina tras ellos revisando los pasos que daban, o las decisiones que tomaban.
—Puede retirarse, Ser. Le agradecemos su buena disposición.
—Lo que sea por servirla, mi princesa.
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129 d.C |Lucemond|
FanfictionEl cuerpo de Lucerys no conseguía moverse, frente a él, dándole la espalda, Aemond Targaryen llevaba hacia sus labios una copa de vino. "Gracias", dijo el omega con sinceridad. "No fue para tu beneficio", respondió el matasangre. Lucerys sonrió. "L...