Capítulo 13. Interlude

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ADVERTENCIAS 

NSFW ligero

...

—Espero no te estés arrepintiendo.

Alicent parpadeó antes de girarse por completo para responder.

Tras el escritorio de la cámara, terminando de acomodar un papiro recién sellado con múltiples escritos dentro, La Mano del Rey se hallaba estrechando la mirada recelosamente para con la reina.

La omega, que apenas y podía lidiar con la nausea de esa mañana, se tragó la acidez causada por los afilados ojos mortíferos de su padre. Los obres del hombre eran llanos, inexpresivos, listos para ejecutar al pie de la letra su bien estructurado plan.

Otto era conocido por tener un hígado fuerte y un corazón frío. En pensar antes de actuar. En hacer y deshacer.

Nada con lo que la inteligencia de Alicent se pudiera equiparar.

—Debería hacerlo —respondió con sinceridad fijando la vista al piso. No había nada interesante ahí, pero todo era mil veces mejor que ver directamente a los ojos del hombre—. Ya puedo sentir el peso de las implicaciones de lo que estamos haciendo.

Otto elevó el mentón resuelto en sí mismo.

—Un bastardo es lo que menos necesita la familia en este momento.

—La familia está plagada de bastardos —resopló la castaña frunciendo el ceño con evidente disgusto—. A nadie parece afectarle, ¿De pronto importa?

—Ten cuidado con lo que dices, Alicent. Hablar así de los hijos de la futura gobernante te puede traer sentencias desfavorables. No por ser la reina estas mejor favorecida que otros.

¿Se refería a la misma mujer a la que estaba a punto de jugarle una querella?

La audacia de su padre era de tintes perversos.

—Sentencias... —resopló con diversión muerta—. Llevó años esperando a que estas caigan sobre sus debidos dueños y nunca ha ocurrido.

Otto abandonó su lugar rodeando el escritorio para quedar frente a su hija.

Alicent se parecía a su difunta esposa. Cabello castaño, tez clara, ojos redondos, nariz afilada... En algunas ocasiones, pocas, a decir verdad, Otto veía en ella algo de aquella entereza que le recordaba tanto a su mujer, la misma, que, a pesar de estar muerta, seguía siendo suya.

La omega era el vivo reflejo de su madre, era una lástima para todos que no heredara fortaleza y carácter. Alicent era débil, poco osada y terriblemente torpe.

—No tientes a tu suerte, hija. Rhaenyra te aventaja en juventud, privilegios y tiene con ella a su padre, El Rey.

—El Rey es mi esposo —replicó de inmediato—. Mis hijos no son menos valiosos que los de ella. No debería estar por encima de nadie. No ella, es inadecuada.

—Es la heredera —la corrigió dirigiéndose hacia la ventana. Fijó la vista en el flujo de las personas moviéndose por los pasillos, en el ir y venir—. No hay nada que le gane a eso. Es el orden de las cosas.

La reina resopló.

—¿Crees que se me olvida que solo por eso Helaena se casó con Jacaerys?, He vivido mi entera existencia con esa verdad respirándome en la nuca. Si por mi fuera...

—Si por ti fuera la familia estaría hecha pedazos —espetó interrumpiéndola—. Tu única tarea ha sido cuidar a tus hijos y parece que no lo puedes hacer. Si Helaena logró hacerse de la mano del príncipe fue por la entera disposición de los Velaryon. Hazte un favor y quédate callada si no tienes nada bueno que decir.

129 d.C |Lucemond|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora