Si los azares del destino no hubiesen llevado Alicent hasta ese momento, quizá hubiese elegido vivir una vida diferente.
Lo sabía, siempre lo supo. Si aquella primavera Rhaenyra no le hubiese mentido sobre su relación con Cole y Daemon, seguramente continuarían siendo amigas, y la carga de ser la reina, sería una nimiedad.
¿Qué la hizo cambiar de lealtad?
No lo sabía, pero Rhaenyra no podía enojarse con ella por haberse casado con su padre como muchos especulaban. No podía ser eso, no cuando los Targaryen tenían años casándose entre ellos perpetuando un linaje manchado de incesto y depravación.
La heredera era mentirosa por naturaleza y aunque la castaña la protegió haciendo oídos sordos a todo lo que escuchaba, en algún momento de todo eso, la lealtad se desdibujó.
Alicent siempre se esforzó por mantener la cordura en esa Casa llena de locura y decadencia, pero nadie la reconoció.
¿Qué hicieron en su lugar?
Lanzaron a sus hijos a un abismo que parece no tener fondo.
Ella no quería que sus niños se relacionaran con las personas de su misma sangre. Nunca lo quiso, pero una vez que sostuvo a Aegon, Helaena y Aemond entre sus brazos, supo que esos niños siempre estarían al servicio del reino.
Igual que ella, igual que todos.
Rhaenyra, por otro lado, era diferente. Sonreía con una facilidad impresionante ante las bajezas de los Targaryen. Se regodeaba en el pecado de haber casado a su hijo con su hermana como si eso fuera digno de admirar.
Aquello era vergonzoso, Alicent estaba acostumbrada, pero los demás no.
Que los lores se mantuvieran a raya para evitar conflictos con la familia real, no disminuía su anidado disgusto.
Una lástima para los lores, y una lástima para sus hijos.
Si alguna vez existió una oportunidad para hacer que Helaena y Aemond no continuaran con esa horrible tradición endogámica, se perdió en cuanto Rhaenyra y el consejo aceparon los términos de aquellos terribles acuerdos matrimoniales.
¿Por qué las cosas tenían que ser así?
Ella había cometido errores, por supuesto. Había entrado a la cama del Rey cuando la reina Aemma tenía unos meses de haber muerto, eso no lo iba a negar. Sin embargo, sus actos no eran mínimamente equiparables a lo que otros habían cometido.
Rhaenyra había engendrado bastardos, usó el apellido de los Velaryon para protegerlos, apenas enviudó, volvió a contraer matrimonio con Daemon, y la lista podía continuar.
Los actos encarnados por adorada niñita del Rey siempre eran ignorados.
Los de ella no. Nunca.
-Si su majestad me expresara el motivo que la trajo hasta aquí, tal vez podría ayudarla -le habló Rhaenyra con cierta diplomacia.
La castaña levantó la mirada, y cayó en cuenta del tiempo que llevaba en silencio.
La platinada se hallaba a unos metros de distancia sentada tras una mesa enormemente redonda. Recargada por completo en su asiento, posó la mano derecha sobre su barriga en un gesto protector mientras le regalaba una mirada distante y cautelosa.
Alicent atinó a unir los dedos tragándose el creciente enojo nacido de sus pensamientos, haciendo como que aquella conversación no la incomodaba.
-Es necesario salvaguardar la integridad física de todos los príncipes-empezó a decir, levantando el mentón con cierta seguridad-. El futuro de los Targaryen depende del pleno desarrollo de los mismos, y hay que protegerlos de todos los peligros a lo que se puedan someter imprudentemente.
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129 d.C |Lucemond|
Fiksi PenggemarEl cuerpo de Lucerys no conseguía moverse, frente a él, dándole la espalda, Aemond Targaryen llevaba hacia sus labios una copa de vino. "Gracias", dijo el omega con sinceridad. "No fue para tu beneficio", respondió el matasangre. Lucerys sonrió. "L...