Capítulo 7

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EMMA

—¿Qué haces aquí? —Estaba nerviosa por si alguien nos pudiese ver. Sí, toda esta locura había comenzado de ese modo, pero eso no quitaba mis nervios por ser el centro de atención.

—Habíamos quedado, ¿no te acuerdas?

—No, yo no te respondí y, ¡además!, ¿cómo sabías dónde estaba?

Asher y yo habíamos coincidido en ocasiones muy contadas durante la universidad. Ni nuestras vidas ni nuestras carreras se asemejaba, nada nos unía, menos, una amistad para que conociera mi ubicación.

—Tu amiga Mia. Estaba buscándote y ella me dijo que solías estudiar aquí y que no tenías coche para ir a casa.

Maldita Mia.

»Y resulta que vivimos muy cerca, así que podemos tener esa cena planeada.

—¿Cena?

—¿En mi casa, te parece bien?

No entendió, o no quiso entender mis palabras, porque lo que yo estaba preguntando era que en qué momento habíamos acordado una cena, ¡solo él lo había dicho! Y en lugar de darme tiempo a procesar la información, se subió al coche y presionó el claxon haciendo que varias personas se giraran hacia nosotros.

Subí sin pensármelo dos veces.

—¿Dónde se supone que vives? Puedo ir caminando sin problema.

Estaba acostumbrada y, tras el día tan agotador de emociones que había tenido, me iba a ir muy bien un paseo.

—En East Rock, en una de las calles cercanas al Rice Field.

—Claro, yo también.

—Lo sé.

La sonrisilla que le apareció mientras mantenía la vista fija en la carretera, fue todo lo que necesité para que mis fantasías tomaran vida propia.

¿Qué había más sensual que ver a un hombre cambiar las marchas de un coche?

Que el infierno me llevase porque, sino, me iba a caer yo solita de cabeza.

El trayecto no duró ni diez minutos, aunque a mí se me habían hecho eternos. Al apearnos del vehículo, Asher se acercó a mi lado.

—No vivo solo.

—Lo supuse.

Conocía, por él mismo, que era un alumno becado, así que estaba fuera del rango de permitirse una vivienda individual. Por el contrario, yo tenía la suerte de contar con la ayuda económica de mi madre que me aportaba la libertad de vivir en un apartamento diminuto, pero sin compañía.

—Mis compañeros de piso son también de la universidad, juegan conmigo al hockey, quizá los conozcas.

—Sí, creo que sí.

Me estaba haciendo la interesante porque todos en el campus sabíamos que tanto Mason, como Finn, Harry y Asher, compartían un piso de solteros que todas querían visitar.

—No quiero que te sientas incómoda con sus comentarios, son bromas, te aseguro que son buena gente.

Esa indicación ya me hizo entrar más tensa de lo normal porque: en primer lugar me estaba metiendo en la madriguera de los tíos buenos, y en segundo lugar, lo estaba haciendo ¡con uno de ellos! Esto solo pasaba en mis libros de romántica.

—¡Chicos! ¿Hay alguien en casa?

—¡Estamos todos! —contestaron al unísono.

Evité que la risa floja se hiciera evidente porque era fruto de un nerviosismo maligno.

—Tenemos visita, así que si no estáis visibles, será mejor que os retiréis.

No se escuchó ningún movimiento, por lo que Asher me indicó que podía llegar hasta la cocina sin ser atacada.

—Os presento a Emma.

—Yo ya la conozco. —Un chico moreno, altísimo, y con una espalda cuadrada, levantó la mano para saludarme. Había sido el compañero que estaba junto a Asher en la noche del viernes. Si mi croquis de tíos buenos no fallaba, ese era Mason.

Antes de que pudiera reaccionar, unos brazos me atacaron por la espalda y me engulleron.

—Soy Finn, el guapo e inteligente de la casa.

No conocía su grado de inteligencia, pero era guapo a rabiar. Una belleza extranjera, del norte de Europa, con unos ojazos azul cielo y un pelo tan rubio que más parecía blanco.

—Y yo soy Harry. Junto todas las características de los demás, menos lo de ser un sobón.

Levantó la mano desde la lejanía y me vi haciendo el mismo gesto para que se sintiera reconfortado.

Vaya, no me esperaba que fueran tan... ¿Agradables?

—¿Vais a cenar con nosotros? Estamos pensando en poner una película de Netflix.

Esperé a que Asher dijera que nos iríamos a un lugar más íntimo, no porque los chicos me cayeran mal, sino porque era muy extraño tener como plan de lunes noche, cenar con cuatro maromos sacados de una revista de cuerpos fitness.

—¿Te importa si cenamos con ellos? Tenemos una dieta muy estricta y Harry siempre cocina para todos.

—Claro, no hay problema.

—¿Te gusta el pescado al horno con verduras?

—Sí, por supuesto.

Y era totalmente cierto, pero me había quedado muy sorprendida que no comieran pizza y hamburguesa como su única dieta.

Asher me invitó al salón donde también estaba el comedor, para mi sorpresa, más allá de las mochilas de entrenar que estaban junto al sofá, todo parecía en orden. No el orden que una madre obsesiva quisiera ver, pero en orden para cuatro chavales que se pasan más tiempo entrenando que viviendo.

—¡La cena está lista! —gritó alguien desde la cocina. Aún no era capaz de diferenciarlo por el tono de voz.

—¿Estás bien? ¿Te noto incómoda, si quieres podemos...?

—No, no. —Lo que menos quería era incomodar también a Asher, pero había una realidad: necesitábamos tener una conversación porque todo se estaba volviendo demasiado turbio. 


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Asher. Amor fingido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora