8.Heridas y Tiendas de Campaña

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Feng Xin colocaba los vendajes en las manos ajenas en silencio. Solo los gritos de órdenes de aquí para allá fuera de la tienda de campaña y el canto de los pájaros en los árboles podía oírse. Porque ninguno iba a abrir la boca para hablar primero. Feng Xin respiró pesado, el pecho le dolía como la mierda, con todas sus túnicas atadas en su cadera y el pecho desnudo cubierto por vendas. Sus brazos fuertes descubiertos, músculos en tensión mientras vendaba las quemaduras de Mu Qing.

Mu Qing se dio cuenta, de esa profunda y dolorosa respiración, liberó una de sus manos del agarre contrario y la aplastó contra las vendas del pecho de Feng Xin. No tenía fuerzas para movimientos bruscos o pensar demasiado, ambas cosas lo agotaban por igual. Las palmas de sus manos ardían y ya casi no tenía poder espiritual, nada sobrante, pero igual lo hizo. Feng Xin entendió lo que hacía recién al sentir la energía fluir por su pecho.

—¿Qué? ¡No! — lo apartó con poca amabilidad, dejó caer el brazo de Mu Qing y este suspiro con una expresión resignada en los labios y tristeza en sus ojos brillantes.

—¿Por qué no hablas conmigo?

Feng Xin parpadeo. Esa mirada dolía más que los agujeros en su pecho.

—Tal vez estoy avergonzado

—Tal vez quiero hablar contigo

Feng Xin maldijo por lo bajo. Terminó con las heridas de las manos, cortó el vendaje blanco, lo acomodó y se subió a la cama de su esposo, acomodó las piernas contrarias y se sentó junto a sus pies. En silencio. Y Mu Qing no pudo aguantar un quejido cuando comenzó a curarlos.

—Lo siento.

—Feng Xin. Habla.

—¿Así está muy apretado? — Lo ignoro.

Mu Qing se incorporó apoyado en sus codos para mirarlo al final de la cama, y fulminarlo con las pupilas.

—¡Feng Xin!

—¡No puedo! ¿Está bien? No puedo mirarte a los ojos, cuando yo...

—¿Te acostaste con alguien más? — Mu Qing dedujo el final de la frase y la escupió, quitándole toda la importancia que tenía dentro de la cabeza de Feng Xin.

—Yo no sé cómo enmendarlo, yo...

—Feng Xin, ¿Cómo es que crees que me importa? ¿Crees que soy tan horrible?

—¡¿Pero qué dices?!

—¡Eres MI esposo! ¡Salvaste MI vida hoy! ¡No me importa una mierda el niño que engendraste hace 800 años!

—Mu Qing, no estoy en mi sano juicio.

—Lo entiendo, pero me está doliendo que no me hables ahora, cuando este fue el día más jodidamente extraño de mi vida, y no me beses y no me toques, porque yo necesito... Necesito que nos recuperemos rápido, necesito optimismo, que mi cuerpo cure mis heridas y correr a consolar a Xie Lian. ¡Y mi jodido cuerpo está acostumbrado a compartir poder espiritual contigo para curarse! ¡800 años, Feng Xin!— Mu Qing hablaba rápido, con la garganta dolorida.

—¡Lo sé, mierda! ¡Pero no digas que no te importa! ¡Estuviste actuando raro como el infierno!

—¡Por qué tú lo hiciste primero!

—¡Porque creí que me odiabas por lo de Jian Lan!

—¡Ni siquiera me interesa, estás las malditas 24 horas del día junto a mi desde que ascendimos! ¿¡Crees que creo que no respetas nuestros votos matrimoniales!?

—Dices que no te importa y luego lo resientes por una docena de años, y yo no quiero que me odies, no quiero que me pidas el divorcio como esa vez hace cincuenta y dos años porque no nos pusimos de acuerdo sobre cómo atrapar al fantasma de esa misión. Mu Qing, estaba solo y destrozado, no me odies.

—No estábamos juntos, yo me fui. Yo te deje solo.

Feng Xin jadeo sorprendido. Al parecer Mu Qing había olvidado el detalle más importante.

—Estábamos comprometidos. Siempre lo estuvimos. Sin importar el espacio entre nosotros— Mu Qing rodó los ojos al oír eso. Qué ridículo— ¿Qué fue eso?

—Sigues siendo un niño.

Feng Xin sonrió travieso. Mu Qing lo miró con ojos oscuros, había una vela junto a él, alumbrando la habitación improvisada por los diputados del palacio de Xuan Zhen. La tienda de campaña era enorme y muy lujosa. Feng Xin gateo hasta acostarse en las espaldas de su esposo, abrazándolo por la cintura y compartiendo energía espiritual. Calentando la cama. Mu Qing posó su mano sobre la del contrario en su cintura, enredó sus dedos.

—Te amo. Mataría por ti.

—Eres tan idiota.

Feng Xin carcajeo, acariciando la muñeca lastimada de Mu Qing, con suaves movimientos de su pulgar sobre sus venas, frotando sus meridianos, la subió para poder verla frente a la llama de la lámpara. No había nada, pero Mu Qing emitía pequeños quejidos de dolor cada vez que la rozaba. Piel pálida, casi transparente, fría y delgada. Feng Xin podía encerrarla entre sus dedos. Mu Qing sonrió solo al ver al contrario jugando con su brazo.

—Estoy bien, déjalo ya.

—¿Duele?

—Si, pero...

—¿Entonces por qué me dices que estas bien?

Feng Xin le tendió una trampa. Mu Qing suspiró sonoro, una enorme exhalación y Feng Xin rio suave detrás de su oreja, besando la piel expuesta por el cuello de su túnica interior. Mu Qing estiró su brazo hacia atrás para poder golpear el hombro ajeno.

—¡Qué molesto eres!

Feng Xin chilló.

—¡No golpees el hombro de tu devoto esposo! ¡Soy arquero!

—¡Cielos, lo siento! — Mu Qing estaba acostumbrado a solo azotar su mano abierta contra los hombros contrarios, ni siquiera lo hacía con fuerza, nada de fuerza. Era una gracia, una costumbre, y en circunstancias normales no sería nada para Feng Xin, un toque más de las manos de su esposo. Por eso, Mu Qing dio media vuelta, en pánico por esas palabras, Feng Xin no solía quejarse. Mu Qing lo abrazó con cuidado de las heridas en su pecho. Recordando las imágenes de la pelea de ese día, vividas en su mente a la perfección— ¿Duele?

Forzó sus manos a masajear los músculos del omóplato contrario, duros y gruesos, anudados. Feng Xin cerró sus ojos con fuerza, frunciendo sus párpados. Tal vez tenía un esguince, tal vez provocado por alguna de las miles de veces que había usado su arma de mala manera durante la batalla.

—Oh jodida mierda, no... mejor no... — Feng Xin lo alejo con amabilidad— cuida tus manos.

Mu Qing lo observó, Feng Xin apartaba sus manos pero con cada movimiento que hacía su rostro se contraia, adolorido. Completamente magullado. Y Mu Qing no se quedaba atrás, sin poder moverse o acomodar las sábanas, con las manos envueltas en vendajes y fuego. Mu Qing carcajeo sonoro, divertido y emocionado luego de observarlos por un rato, Feng Xin le sonrió confundido.

—¿Qué es tan divertido?

—Tu y yo...— Soltó risitas— ... Mira, no formamos uno entero entre ambos está vez... Vamos a tardar como una semana en volver a follar

Feng Xin abrió sus ojos alarmados, intentando llevar su mano sobre la boca ajena.

—¡Cállate, injurias! Con esa motivación soy capaz de curar más rápido

—Por supuesto que sí— Mu Qing rodó los ojos, divertido.

Los Extras de la Pareja Secundaria (FengQing)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora