CAPÍTULO 6

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*Teresa Donovan*

El único momento que tengo para mí misma, es cuando estoy en el bosque. Sola.

Aquí, me permito ahogarme en mis pensamientos. No tengo que estar sumida en una nube de sustancias ilegales, aquí tengo un lugar callado y solitario en el que puedo estar. En el que nadie me mira, en el que no necesito nada. Solo tengo a las nubes, y las hojas de los árboles, y el silencio. No pido nada más.

Entristezco cuando veo un árbol marchito. Me acerco dando pasos altos, pasando por encima de los troncos y ramas enredadas. Llevo mi mano hacia la corteza del árbol en estado de putrefacción, se siente húmedo y blando. Aquello solo hace que mi corazón se encoja más. Lo rozo con la yema de los dedos, parece algo ilógico. Pero solo siento tristeza en ese árbol. Está tan triste como yo.

Paso del árbol y sigo caminando sobre la ruta que me sé de memoria. Nunca podría olvidarla. Llego hacia un claro y aspiro el aire que se torna más ligero. Los recuerdos danzan sobre mi cabeza como pajaritos volando. Avanzo hacia el árbol enroscado, parece estar acostado sobre la hierba verde, y tiene una especie de espiral en el tronco. Nunca dejará de maravillarme la manera en la que la naturaleza hizo a este árbol. Y como cada vez que piso este claro, siento que fue hecho solo para mi. Avanzo hacia él, sintiéndome como en casa.

Me siento sobre él y recargo mi espalda contra el tronco enredado. Suspiro profundo y saco los audífonos de mi chaqueta de cuero. Los conecto a un reproductor viejo que encontré en el cobertizo una vez. La mayoría son canciones clásicas, bandas de rock ochenteras. Me encanta Queen, la mayoría del tiempo los escucho a ellos, igual que ABBA, también son mis favoritos.

Me sumerjo en la bruma que anhela mi alma. Un descanso pacifico de las personas, los ruidos, y la vida.

••••••

He caminado más de dos malditos kilómetros. Resultó, que el invernadero quedaba ubicado sobre la colina al final de la carretera principal del pueblo. Estoy caminando sobre el asfalto, cuesta arriba, las copas de los árboles parecen proteger la carretera, la arropa como un manto. El bosque a ambos lados es espeso y verde. Siento que mis pantorrillas duelen y mis muslos gotean sudor debido al esfuerzo. Estoy transpirando, sudando frío debido al clima tan nefasto.

Al llegar a la cima siento como si mis piernas estuvieran hechas de palos quebradizos que en cualquier momento temo que se rompan. Al frente de mí, diviso un camino de piedras blancas, y dando una resoplido furioso, me obligo a caminar hacia adelante.

Mis pensamientos inundan mi cabeza al pensar en el invernadero. Me da cierta curiosidad la intención del marido de Eleonora al comprar una propiedad justo aquí, en Darkhill. En el lugar más recóndito de todos los lugares. Sin duda algo extraño. El esposo de Eleonora se llamaba Fabrizio, y se apellidaba Romano. Era un hombre de origen europeo nacido en Italia. Solo pude investigar hasta allí. La curiosidad sin duda no es algo que posea. La mayoría de las veces es la indiferencia la que me somete a ignorar todo a mi alrededor. Y es mejor así, no me importa nada en lo que respecta Darkhill, a pesar de que viva en este lugar.

Pues bien, el invernadero fue una inversión de Fabrizio. Nadie se atrevía a comprar la casa de la colina. Decían que estaba embrujada, quizás eso tuvo que ver con el hecho de que nadie mencionaba el invernadero. Solo lo sabía por mi madre, y si no hubiese sido por ella, nunca me hubiese enterado que existía. Eleonora y él estuvieron casados, y según el artículo del periódico del pueblo, murió hace ya unos cuantos años.

El camino de piedras siguió hasta que estaba rodeada por árboles. Había una valla de madera, donde había un pequeño portón para la salida y entrada de autos, el cual se encontraba abierto, y una puerta más pequeña, para El Paso peatonal. Luego estaba la casa. El diseño de revestimientos victorianos la hacían lucir tal como Eleonora lo hacía, antigua y majestuosa. Llena de secretos y sabiduría. Me tome un momento para admirar boquiabierta la estructura. Sin duda, una pieza de arte. Una hermosa casa que la adornaban dos columnas de granito al estilo griego y enredaderas debajo de las ventanas. Era imponente pero parecía acogedora. Detrás, estaban las paredes de vidrio del invernadero. "Bel Giardino" decía un aviso a un lado del camino de piedras. Había pasto verde cortado perfectamente en todos lados. Habían flores de varios colores y el olor a frescor y menta inundaba el espacio. Casi se sentía como un universo paralelo. Lo que sea que había aquí, no era Darkhill, era otro mundo. Un mundo más interesante, en el cual estaría encantada de vivir para siempre.

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