7. Pesadillas

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—Y yo qué sabía... —Contestó él en voz baja.

—No te preocupes Alex —Adriana dejó varias monedas sobre la mesa y agarró su bandolera—. Nos vemos mañana.

Alex solo se despidió con una mirada de disculpa, aunque ella le tranquilizó con un gesto de mano: sabía que no lo había hecho con maldad, sino como una pregunta cualquiera... pero era justo la pregunta más inadecuada.

Al salir vio que Iván estaba a unos metros, con la americana en el hombro y las manos en los bolsillos. Se acercó a él y le agarró de la cintura, obligándole a detenerse para mirarla.

—¿Adriana? ¿No te quedas con tus amigos? —Preguntó con voz grave, aclarándose la garganta al darse cuenta.

—Bueno, los acabo de conocer —matizó ella—. Y creo que necesitas compañía.

Iván sonrió, aunque negó con la cabeza.

—No te preocupes. Disfruta de tu primer día en el Círculo, Bartística es un buen sitio para empezar —bromeó, y acarició la mejilla de Adriana con un gesto ausente—. Yo tengo que ir al estudio para terminar algunas cosas del papeleo. ¿Quieres que pase por tu casa esta noche?

Adriana abrió la boca para insistir, pero no lo hizo; solo le agarró la mano que la acariciaba con fuerza, sin apartar su mirada de los ojos grises de su pareja.

—Veo que te apetece estar solo... —se dio la vuelta hasta quedarse de lado, y miró de soslayo a Iván—. Entraré ahí y me emborracharé.

Iván río, aunque la sonrisa no llegó a los ojos. Se acercó a ella para abrazarla, y Adriana maldijo por unos segundos al programa Berek y a las malditas preguntas.

—Ahí dentro tienen mi número —avisó Iván antes de irse—. Si te duermes en la barra me llamarán.

Adriana enarcó una ceja a modo de respuesta, despidiéndose de Iván con la mano y viéndole marchar por la calle antes de volver a entrar al bar, donde Noa continuaba recordando la hazaña a un Alex cada vez más avergonzado.

—A esta te invito yo —murmuró Alex cuando volvió, lo que arrancó una risa a sus dos compañeras.

* * *


Cuando tuvo que enfrentarse por segunda vez en ese día a la cadena metálica que sostenía en sus manos, sintió que ni siquiera tenía fuerzas para sostenerla. Meditó la opción de ponerla y cerrar la puerta cuando hubiese dormido un rato...

Pero no podía; debía dejar todo bien cerrado. Un error podría ocasionarle demasiados problemas. Y no solo a él, sino también a sus seres queridos. A Adriana.

Agarró ese pensamiento y alzó la cadena hasta el gancho de la puerta para enhebrarla por el agujero. Tiró de ella con un gesto triunfante y colocó el candado, aliviado al escuchar el chasquido que confirmaba el cierre. Comprobó la cadena tirando de ella y de la puerta antes de alejarse.

Detrás de ella la habitación parecía temblar; Iván observó la superficie metálica de la puerta con el oído puesto en el otro lado, aterrorizado ante la idea de que algo podía traspasar la cadena que había puesto. Cerró los ojos y apretó sus sienes, y sus ojos solo podían ver puntos de colores en el fondo negro de sus párpados cerrados.

Lo que había en esa habitación solo conseguía provocarle orgullo, temor y decepción. Arrastró los pies hasta la cama de su estudio y se tiró en ella, con el único deseo de dormir y desconectar; pero las palpitaciones de su cabeza no se acallaron tan fácilmente.

Siempre era igual; caía sobre la cama, tan cansado físicamente que ya en el catre apenas podía moverse... pero su cabeza continuaba a toda máquina, usando el dolor de su cuerpo para proporcionarle imágenes más vividas de los recuerdos que le despertaba aquella sala. Cerrar los ojos era entrar en una lucha contra sí mismo en la que siempre perdía.

Con la energía que le quedaba se irguió y se apoyó en la pared, sin apartar la mirada de la puerta metálica, vigilante; no supo si la razón de su continua tensión era el maldito programa Berek o lo que ocurría tras aquella puerta. Miró la cadena, recordando el olvido que había puesto en riesgo a Adriana. Relajó el puño al sentir el dolor de sus uñas en la palma.

¿Cuánto tiempo había estado en ese cuarto? ¿Dos, tres horas? Fuera estaba anocheciendo, pese a que el verano en Grad diese horas de luz. Buscó su móvil en la ligera penumbra que iba adquiriendo el estudio, pero no lo encontró.

Sin mucho interés en buscarlo más profundamente, relajó su cuerpo, dejándose ganar por la sensación de pesadez y cerrando los ojos.

Aunque las pesadillas llegarían a él.

La guerra de lo invisible - el gran talladorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora