26. Más peligroso que ser sellador

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Evans no le persiguió, aunque tampoco se molestó en girarse para comprobarlo; solo se detuvo cuando llegó a su portal y cerró la pesada puerta tras ella; estaba temblando y empapada de sudor, incapaz de soltar el aire sin que un chillido de pánico lo acompañara. Aprovechó sus últimas fuerzas para subir a su piso y resguardarse tras su puerta, sin siquiera encender las luces; el silencio de la casa ahora era pesado y pegajoso, y apretó los dientes para evitar un grito de desasosiego.

El miedo se convirtió en rabia, en ira; cerró los puños y se levantó del rincón con una fuerza que no pensaba poseer; se acercó hasta el balcón y abrió la puerta de cristal, saliendo al exterior e ignorando el frío que golpeaba su cara enrojecida.

Esperaba encontrarse a Evans en la calle, pero no fue así; apretó los dientes y deseó gritar en la calle el nombre del sellador, enfrentarse a él ahora que se había encendido la llama en ella. Estaba cansada de callar y de tener miedo, de ver cómo otras personas se hundían en un fango y ella solo esperaba a que alzaran la mano para pedir ayuda.

Pero la llama parecía estar encendida en medio de un temporal, y se apagó rápido en ella, dejando una sensación de calma tensa con la que no sabía lidiar. Sintió un empujón similar a la atracción que provenía de los sellos, pero esta vez nacía de sus propias manos. Agarró con más fuerza la barandilla del balcón, aunque supo que necesitaba algo más.


***


Al día siguiente fue al Círculo con las emociones reposadas, aunque Naila no tardó en destruir su sensación de paz interior; lo hizo en la puerta de la clase, sin esperar a que Adriana cruzara el umbral. La mano de la profesora agarró su manga con fuerza, y en sus ojos había pintada una furia parecida a la que ella había sentido la noche anterior.

—Ven al aula después de las clases. Sí o sí —indicó, y su mano apretó con más fuerza la tela de su chaqueta antes de separarse y entrar a la clase, totalmente tensa.

Adriana se quedó con las palabras en la boca; había pensado durante toda la noche si contarle a Naila el encontronazo que había tenido con Evans, aunque aquel día la profesora no parecía de buen carácter. Se dirigió en silencio a su sitio y se sentó al lado de Alex; su compañero estaba tumbado en la silla, con la espalda encorvada y las manos extendidas sobre la mesa. La sudadera negra que llevaba estaba arremangada y dejaba ver sus tatuajes. Los ojos de Alex la miraron de soslayo y le dedicó un alzamiento de cejas a modo de saludo, murmurando algo entre dientes.

—¿Tan mal fue la cena con tus padres? —susurró Adriana antes de que Naila comenzara a hablar. Buscó con la mirada a Noa, pero Alex negó con la cabeza.

—Creo que llega tarde hoy —se recolocó en la silla con desgana—. Y sí... ya te contaré... solo decirte que estuve hablando con el Primer Ejecutivo.

—¿Con el mayordomo? —frunció los labios y le dedicó un gesto de disculpa al ver la expresión de Alex—. Perdón, siempre he oído que le han llamado así...

—Seguro que mueve más hilos de los que parece... —Alex volvió a deslizarse por la silla junto a un suspiro—. ¿Esta tarde Bartística?

Adriana negó con la cabeza, y se encontró con la mirada de Naila.

—No puedo, tengo de nuevo tutoría con Naila... —un pinchazo de nerviosismo le hizo rascarse el hombro.

Alex no le dio más importancia.

—Más le vale que te cuente algo interesante como para perderte Bartística —bromeó con tono apagado.

Adriana le dedicó una sonrisa afectuosa, y le cogió del hombro para hacer que se colocara en la silla.

La guerra de lo invisible - el gran talladorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora