30. Saltar a las vías

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Evans contactó con ella una semana después de su despedida; Adriana le encontró delante de su casa, cruzado de brazos y con la mirada perdida en el suelo. Había empezado a olvidar la sensación de vitalidad que había sentido al visitar el Grad Subterráneo, pero al ver a su compañero lo revivió, como si él fuera el causante. Evans miró hacia su dirección y se irguió, dedicándole una sonrisa sincera y feliz.

Cuando llegó a él le dio un abrazo sin pensarlo; Evans tardó unos segundos, pero se lo devolvió.

—Qué alegría saber que estás bien.

Evans río, y sintió el sonido en su garganta.

—¿Acaso pensabas que no volverías a verme?

Adriana se separó y le dedicó un encogimiento de hombros mientras abría el portal de su casa.

—Tenía mis dudas. Ven, sube a mi casa —Adriana le dejó pasar, aunque Evans no se movió—. Espera, ¿Hoy vamos a hacer algo? ¿O solo venías a avisarme de que estás vivo?

Evans frunció el ceño, y aunque abrió la boca para responder, tardó unos segundos; se removió en el sitio y metió las manos en los bolsillos traseros de su pantalón.

—Sí, te iba a preguntar si podías hoy...

—Puedo —Adriana le cortó con demasiada exaltación—. Sube a mi casa, así puedo dejar las cosas de clase, hoy me las he traído...

Al final su amigo cruzó la puerta y dejó que se cerrara detrás de él; le siguió hasta la puerta de su casa y cuando entraron Adriana le señaló el sillón.

—¿Te apetece beber algo? —entró a la habitación y elevó la voz para que Evans le escuchara.

—Estoy bien —escuchó que decía, y sus pasos sonaron en el suelo.

Adriana tiró la mochila en la cama y se acercó a su armario, cogiendo un pantalón vaquero y una sudadera que le resguardaría mejor en la noche de Grad.

—¿Dónde vamos a ir hoy? —preguntó en alto mientras se quitaba los pantalones.

—Bueno, había pensado en dar una vuelta... —la voz de Evans cada vez sonaba más alta—. Hay algo que quiero enseñarte si no te importa no ir al Grad Subte... —Adriana se dio la vuelta al escucharle demasiado cerca—. ¡Mierda, perdón!

—¡Evans! —se subió los pantalones con rapidez al ver a Evans en el marco de la puerta, aunque el muchacho ya se había dado la vuelta, con los ojos cerrados.

—¡No sabía que te estabas cambiando! —su voz pasó de la sorpresa a la diversión—. ¡Antes ibas bien!

Se dio la vuelta tras unos segundos, con una media sonrisa; aunque su piel era oscura, no podía disimular el color en sus mejillas, avergonzado por lo que había ocurrido. Adriana soltó una carcajada sin querer, con el pantalón ya abrochado. Se colocó la sudadera sobre la camiseta que, por suerte, había decidido no quitarse.

—La próxima vez esperas abajo —sentenció, aunque aquello no hizo más que causar una risotada en Evans. Se giró y le dedicó la mirada más seria que fue capaz de vestir—. O quizás ya te vas para abajo.

—No, no. Ya paro. Lo prometo —Evans volvió a hundir sus manos en el bolsillo de sus pantalones, apoyado en el umbral y paseando la mirada por la habitación de Adriana, deteniéndose en la pared de corcho donde tenía todos los recuerdos—. Vaya pared.

—Puedes acercarte a verlas —le invitó Adriana mientras se calzaba—. Coloco esto y nos vamos...

Sacó los libros de la mochila y los colocó en una pila para llevarlos al escritorio. Delante de la mesa se encontraba Evans, que observaba con concentración cada centímetro de pared. Adriana se quedó a su lado, interesada en su expresión.

La guerra de lo invisible - el gran talladorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora