18. Sellos y tallas

5 3 2
                                    

Ni siquiera supo cómo había llegado a su casa aquella noche; sus pies actuaron por inercia, más con la intención de huir que de llevarla a su piso. Su cabeza daba vueltas, sus ojos eran incapaz de centrarse en algún punto de la calle y estaba segura de que había llegado a casa y no a la policía solo porque parecía una joven que se había pasado con la bebida en una noche universitaria.

Y como si solo hubiera sido una mala racha con el alcohol, vomitó todo lo que llevaba en el estómago al llegar a casa y se quedó sentada al lado del váter, con las piernas agarradas e incapaz siquiera de arrastrarse fuera del baño, disfrutando de la penumbra que había en su casa, la ausencia de esos dibujos en la seguridad de sus paredes.

Tras aquel arrebato de dolor llegó la apatía; conocía la sensación y comenzaba a ser habitual en ella, pero lo odiaba. Era una especie de picor interior, como si necesitara arrancarse una costra que estaba dentro de ella, que le hacía olvidar cómo se sentían las cosas.

Quería llorar, pero no sabía ni de qué; intentaba alcanzar la sensación de rabia y de impotencia que sabía que sentía, pero no llegaba ni de lejos a agarrar la emoción. Y las palabras... no servían para atizar el fuego que necesitaba.

Tras aquella noche decidió volver a recluirse en su casa; solo se atrevió a coger el teléfono a Alex tras todo el día tirada en la cama y en el baño, y porque el sonido del móvil era lo suficientemente fuerte como para querer acallarlo.

—¿Te vuelves a encontrar mal? Por todos los dioses, ¿Quieres que te lleve algo a tu casa? —Alex ni siquiera se extrañó de haberla visto ayer entera. Dio gracias por su inocencia—. Encima Iván estaba en el programa, ¿no? Adri si quieres que...

—No te preocupes Alex, seguro que es algo pasajero —hablaba con la cara oculta entre los brazos y con los codos apoyados en las rodillas. Sentía que su voz se iba a romper, y el dolor en el estómago quería explotar, sin hacerlo—. Estoy haciendo sobreesfuerzos y no me he recuperado...

—Noa está igual, por lo visto. Hoy tampoco ha venido —Adriana enarcó una ceja al escuchar a Alex, y se atrevió a salir del caparazón que había formado en sus brazos, irguiéndose—. ¿Te acuerdas que ayer dijo que se encontraba mal?

—Sí... —musitó, apretándose los párpados de los ojos cerrados—. ¿Has hablado con ella?

—No tengo su teléfono —Alex hizo un sonido de decepción, y escuchó cómo removía varios papeles—. Han avisado a Naila y ella me lo ha comentado. También me ha preguntado sobre ti...

Adriana negó con la cabeza y maldijo en un susurro.

—Genial, tengo a la profesora del Círculo preguntando por mi... de esta me echan —transformó su mano libre en un puño y se dio un par de golpecitos en la frente—. ¿Puedes ir contándome en qué avancéis? Al menos para que cuando vuelva sepa de qué habláis...

Alex no insistió en ir a verla; si algo bueno tenía el chico de Grad era que su educación podía con su motivación real. Y aunque sabía que aquello sería un problema con sus padres, como le había contado, ahora Adriana tuvo que aprovecharlo. Se levantó y cerró las cortinas para evitar la luz que entraba por ellas, deseando que llegara la noche para volver a enrollarse en las sábanas y buscar, en lo más profundo de su ser, cómo se sentía el miedo, la soledad y la rabia. Porque, aunque quería hacerlo, el bloqueo en su mente seguía allí, impidiéndola recordar cómo se sentía.

Fue el segundo día cuando Alex tuvo la valentía de acercarse a su casa.

Adriana estaba en el sillón cuando el telefonillo sonó; apretó los dientes al escucharlo, y observó la puerta desde la seguridad de su sillón, oculta como un cazador que observaba a su presa. Tras volver a llamar insistentemente maldijo a su amigo; se levantó y pulsó el botón para abrir el portal a la vez que lo hacía también con su puerta, apoyada en el marco con los brazos cruzados.

La guerra de lo invisible - el gran talladorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora