37. Rumbo a Ekrado

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Lo odió con todas sus fuerzas, pero aquella noche había cambiado su vida.

Lo notó en las miradas recelosas de los estudiantes de Grad, posados en los que no eran de la ciudad; en las noticias, en el odio que soltaban por sus bocas hacia cualquier persona que no fuera del sector, planteándose si realmente necesitaban a "aquella escoria" dentro de sus fronteras.

Se decía que los incidentes habían estado guiados y agitados por los marginados, y en las noticias citaban a todos los sectores, aunque Ekrado era el que más se repetía.

Y antes de creérselo, apagó la televisión y tiró el mando contra el sillón con toda la fuerza que pudo, aunque el golpe fue mudo, igual que la defensa que tenían los sectores bajos.

Todas las noches cogía el teléfono y marcaba el número de Iván, aunque sin llegar a llamarle; el malestar que había sentido tras su último encuentro rascaba desde su interior con el afán de salir y de hacerle replantearse su relación. Borró el número y marcó el de su padre; desde los atentados habían creado la rutina de hablar todas las noches.

—¿Iván sigue fuera de Grad? —preguntó su padre.

—Sí... volverá en unos días —miró por la ventana—. ¿Tienes planes para el fin de semana?

—Ver la televisión no —masculló con enfado—. Han parado algunos trabajos en el taller... por lo visto ahora ni en Dydis somos de fiar...

—Joder... —masculló, y se mordió la lengua al recordar que hablaba con su padre.

—Pues sí —respondió él para su sorpresa, con un suspiro cansado—. ¿Todo bien por el Círculo, hija? Te noto apagada...

Claro que estaba apagada; vivía con la cabeza agachada y con miedo de que cualquier persona se viese con el derecho de alzar la voz y de apuntarla con el dedo. Como si los culpables solo viniesen de una de las caras de la moneda.

—Faltan algunas semanas para los exámenes parciales del Círculo—se excusó—. Pero ya sabes que yo preparo todo con antelación

—Bueno, tienes todo el fin de semana para estudiar —su padre sonrió al otro lado del teléfono, y echó de menos estar con él en el salón, con una de las películas grabadas que se alejaban de la realidad—. Tengo que colgarte hija. Estudia mucho, no quiero molestarte. Pero llámame si lo necesitas.

—Lo mismo digo... —se removió en el sofá—. Un beso, papá.

Al colgarle miró la pantalla del móvil, aún brillando; observó los pocos minutos que había estado hablando con él, y como el resto de llamadas eran solo hacia él. Apagó el móvil y se levantó con desgana, observando cómo anochecía cada vez más pronto.

Echaba de menos a Evans; poder evadirse en el Grad Subterráneo, o despreocuparse de la realidad observando sellos y tallas, obviando que aquello era más peligroso que ser un ciudadano de otro sector que no fuera Grad.

El teléfono vibró entre los cojines, y antes de acercarse le dedicó una mirada extraña; Evans no podía llamar durante los entrenamientos, por lo que su padre tenía que haber dejado algo sin decir. Se acercó y encendió la pantalla, alzando las cejas al ver le contacto. Lo cogió y se lo puso en la oreja, incapaz de contener una media sonrisa en la comisura de sus labios.

—¿"Evans Círculo"? ¿Desde cuando tienes mi teléfono?

—Desde que te duermes encima de mi —la animosidad de Evans era pegadiza, y sintió que una especie de terremoto nacía en su estómago—. ¿Estás a solas? ¿Puedo pasarme por tu casa?

Adriana se acercó a la ventana, extrañada por la propuesta de Evans; miró por la ventana y no vio a nadie en la calle, aunque se quedó apoyada en la pared.

La guerra de lo invisible - el gran talladorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora