Sellos y tallas.
Era extraño ponerles nombre, bautizar a los dibujos que comenzaba a distinguir con el paso de los días. Siguió el consejo de Naila y no volvió a dibujarlos en una libreta.
Aunque su profesora no había dicho nada de dibujarlos en la seguridad de su casa. Y se quedarían allí, entre sus cuatro paredes.
Dibujó uno de los sellos con el lápiz, intentando imitar la irregularidad de los trazos que siempre tenían; Naila le había dicho que las personas que podían hacer sellos eran selladores, pero ella nunca había creado uno. Dejó el lápiz encima del dibujo y lo observó en silencio, convencida de que aquello no era crear.
Recordó los colores vivos de los sellos y tallas que había visto en la calle, cómo el encapuchado lo había revivido, cómo ella misma había dado vida a uno de ellos... borró el dibujo que había hecho y se arrellanó en el sillón. Un hormigueo en el estómago le recordó que debía comer algo, y al mirar la hora fue consciente de que era entrado el mediodía.
—Mierda —murmuró, levantándose y retirando la manta que cubría sus piernas, usando las manos como contención para que los lápices no se cayeran—. Iván.
Era sábado y siempre llamaba a Iván antes de la hora de la comida; llevaba una semana en las prácticas del Programa Berek y hoy le dirían si debían ampliar la duración o ya podían volver a casa. Colocó los papeles sucios que había utilizado para dibujar y se acercó a la mesa de su escritorio, donde había dejado el móvil.
Abrió la tapa de su móvil y buscó en la pared la tarjeta donde tenía apuntado el teléfono al que debía llamar a Iván; aunque apenas llevaba unas semanas en Grad ya tenía la pared del escritorio lleno de recuerdos. Sus ojos pasearon por la selva de papeles, compuesta por las entradas de la Catedral, una servilleta de Bartística, un dibujo de un dinosaurio con monóculo que le había hecho Alex en el borde de uno de sus cuadernos, pero también la foto de su madre y una foto de Taun, junto a su padre. Encontró la tarjeta grisácea en la que tenía apuntado el largo número que le llevaría a una centralita, pero algo captó su atención, dejando sus manos a medio camino.
Retiró un par de papeles que lo cubrían, pero allí estaba; el pequeño panfleto que le habían dado los marginados en la terraza, en el que solo había escritas las palabras "BASTA YA". Recordaba el sentimiento de rabia que había sentido al pensar en las fronteras que el Ejecutivo Central había puesto entre su casa y Grad, la soledad que habría sentido su padre al irse sin poder despedirse de su hija decentemente...
Arrancó el papel y olvidó que sujetaba en su otra mano el teléfono, e incluso que pretendía hacer una llamada con él. Entre las dos palabas había aparecido un sello que había visto anteriormente, dibujado con aquel color gris ceniza, en un trazo fino y rápido. Algo en su interior intentó rebelarse, sentir la misma ira que en la terraza, aunque ahora solo parecía un recuerdo aséptico.
Dejó el papel en su escritorio dado la vuelta, como si aquello pudiese ayudarla a recordar que no era peligroso; se vistió con rapidez con el primer pantalón y sudadera que vio en su armario. Había visto decenas de veces ese mismo sello, lo sabía porque lo había dibujado. Pero una de sus localizaciones se había grabado en ella a fuego.
Solo cogió las llaves, el folleto, el móvil y un mechero; salió de casa y sus pasos se dirigieron inconscientemente por un trayecto que ya conocía, alejándose del centro de Grad, de las terrazas llenas de gente y de risas, de los sellos que la infundían tranquilidad. Las calles se ensanchaban, las casas comenzaban a estar más desmejoradas y los negocios desaparecían. Las risas se acallaban para dar paso al sonido del aire paseando entre las calles o entre la ropa tendida en los balcones. Se echó la capucha por encima y siguió andando, incapaz de dejar de sentir la presión en el estómago de estar en un lugar en el que no pertenecía.
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La guerra de lo invisible - el gran tallador
Teen FictionCuando Adriana recibe la carta para estudiar en el prestigioso Círculo de Arte, lo único que piensa es en su oportunidad de pisar el sector de Grad; uno de los más antiguos y pudientes, y donde vive su pareja Iván, gracias al programa militar Berek...