El Baile de la Escarcha

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Alexander

Después de la crisis de acción de gracias, todo volvió a la normalidad. Tanto Lory como yo nos enfocamos en nuestros estudios en las horas de colegio. La tía Clara (Solo me atrevo llamarla tía con su sobrina) regresó a ser la directora que todos tememos. Lory regresó a sus clases de modelaje y yo a mis lecturas en la librería del tío Augusto. Esta vez hago un poco más: limpio, sacudo los libreros y acomodo libros, así gano algo de dinero con el cual paso buenos momentos con mi chica.

Salimos al cine, a la última feria del condado antes de que comience el invierno y de vez en cuando visitamos el árbol de cerezos en medio del bosque. Algo que nos parecía raro, era que el derredor del árbol siempre estaba bien cuidado. La yerba y los matorrales no invadían los treinta metros. Hasta un día que supimos el porqué.

Ese día conocimos al señor Kobayashi Yamato. Pasamos cerca de veinte minutos aprendiendo a pronunciarlo correctamente. Para luego descubrir que lo que creíamos era su nombre en realidad era su apellido.

Era un señor mayor, tal vez un poco más que mis tíos. Muy amable y cuando le relatamos acerca de nosotros, se comprometió a instalar un pequeño banco bajo el cerezo para que pudiéramos sentarnos. Un gesto que a Lory le pareció adorable, pero que no quiso que se molestara por ellos.

—Nada molestia para amor —respondió el señor Kobayashi en su curioso acento.

Llevaba treinta años en el país y estaba a punto de retirarse de una empresa de tecnología. Cuando Lory preguntó por la señora Kobayashi, sus ojos se entristecieron y su amplia sonrisa se redujo un tanto.

—Señora Kobayashi, descansa en Kioto —respondió con aquella sonrisa melancólica —. Cerezo es en honor a Sakura.

—Cuanto lo siento — se disculpó Lory con su voz a punto de quebrarse.

Hablamos un par de horas de ese sábado, en las que aprendimos mucho de Japón, el señor Kobayashi y la región de Kioto. Al final se despidió con una ligera reverencia que correspondimos y luego le vimos perderse por entre los árboles del bosque.

—Será bueno un banco donde sentarnos —dije luego de unos segundos.

—Maravilloso.

—Ya está cerca el baile de navidad —dijo Lory de pronto. Ahora comprendía su insistencia de venir junto al cerezo.

—Tienes razón —respondí.

Miré hacia otro lado para evitar que ella notara mi maliciosa sonrisa antes de comentar:

—Me pregunto a quién llevaré al baile.

«¿Me lo creen? ¡Me pellizcó en el brazo!».

—¿Cómo que a quién? —preguntó Lory.

Sobándome el área, me volteo para ver que estaba sonriendo con los brazos cruzados.

—No creíste, pero me pellizcaste.

—Te seguí la corriente —respondió comenzando a reír.

La abracé y la besé.

—De acuerdo —dije y antes de echarme a reír —: Te llevaré si no hay de otra.

Entonces me pegó en el pecho y solté una carcajada. Me parecía gracioso y tierno lo hermosa que se veía cuando estaba enojada. El resto de ese tiempo lo pasamos abrazados y antes de que oscureciera regresamos a la casa de la tía. En el camino permanecí en silencio pensando que desde que estábamos juntos, aún no teníamos una verdadera pelea de novios y esperaba que no la tuviéramos.

 En el camino permanecí en silencio pensando que desde que estábamos juntos, aún no teníamos una verdadera pelea de novios y esperaba que no la tuviéramos

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