El Peso de la Indiferencia

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Alexander

¿Sería necesario entrar en los detalles del viaje de regreso a Paris? Solo recuerdo que hacía más frío dentro del Citroën que afuera. El silencio de Natalia se podía cortar con cuchillo y como en pocas ocasiones, tal vez calladito, me vería más bonito. Es curioso, pero todo el camino sentí que estaba de vuelta en la silla frente al escritorio de la directora Millet, esperando a que fuera ella quien comenzara a hablar.

Pero lo admitía, la culpa era solo mía. Debí dejar que siguiera siendo antipática y gruñona conmigo. Al menos, así me dirigía la palabra.

Su indiferencia épica. No dijo nada ni para despedirse cuando llegamos al hotel. Simplemente se apuró en caminar y dejarme atrás con el propósito de ganarme el ascensor. Corrí, mas bien caminé rápido, logré alcanzarla y me colé. Ella entonces detuvo la puerta y se salió del elevador.

—Recuerde señor Díaz —dijo por fin —,  mañana es la entrevista a las diez de la mañana con Monsieur Saint Jean. Pero si no llega, ya no importa, tengo un celular.

Soltó la puerta y veo como esta se cierra con ella afuera. Eso era todo, quería tener la última palabra y lo logró. Al final, era yo quien estaba molesto. ¿Acaso no había sido honesto con ella? No podía negar que me gustaba «¿A quién no?»; una pequeña rubia de intensos ojos azules, labios finos y figura escultural. También admitía que, cuando no estaba metida en sus traumas, era divertida y capaz de seguirme la corriente. Pero tenía un defecto: No era Lory.

Mañana en la mañana, sería la entrevista con el diseñador y en la tarde con Lory. Y el pensar en eso, me mantuvo despierto dando vueltas en la cama. Las cartas estaban echadas y si iba a jugarlas, me aseguraría de salir ganando. Me dormí, creo que dándole una disculpa a Natalia y deseando despertar ese amor que tuve con Lory. «Sí, lo sé. Soy un iluso». Pero en mi defensa, yo estaba tranquilo en mi trabajo y me arrastraron hasta aquí, para que la volviera a ver. Si eso no es destino... y sonó el teléfono.

—¿Hola?

—¿Qué le hiciste a mi reportera?—pregunta la voz de Karen Harland al otro lado del teléfono.

—¿Sabes que hora es aquí? —pregunté esperando que se diera cuenta.

—Me importa un carajo la hora que sea. Acabo de hablar con Natalia que insistió reiteradamente de que te devuelva a Round World. Que no podía trabajar contigo.

—Espera. Yo no le hice nada —repliqué —. Ella, se lo está haciendo solita.

—¿¡Qué cosa!?

De nuevo me quedé en blanco y Karen aprovechó mi silencio.

—Escucha. Si es una de tus bromas, terminarás desempleado.

—No es broma. Ella, se hizo de una idea que no puedo...

—Más te vale que tenga mi entrevista CON fotos en mi escritorio mañana o verás.

—Las tendrás Karen. Solo dile a Natalia...

—Te lo digo a ti —explotó ella —. No sé que le hiciste, pero estaba hasta llorando.

«¡Rayos!». Nunca pretendí eso.

—Ya no estás en la secundaria Alex —dijo la jefa al otro lado del océano —. Estás ahí para hacer un trabajo y eso es todo. Hazlo y cumpliré con mi parte. Pero compórtate con mi reportera.

—Está bien, Karen. Señora Harland.

—Bien. Estás bajo aviso.

Colgó el teléfono y me dejó con ese mal sabor de boca que te sientes al pensar que no lo dijiste todo.

Ladrón de Besos(Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora