Rescate y Salida

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Alexander

Hora y media después, estaba tomando fotos. No. Estaba tratando de tomar fotos. Pero en realidad estaba preocupado por Natalia y eso me enojó, porque ya sabía que ella era una mujer adulta que toma sus propias decisiones, aunque le trajeran problemas. Pero, por otro lado, yo era su compañero de viaje. No podía abandonarla a su suerte, aunque quisiera.

Hastiado, chasqueo la lengua y me dirijo de regreso a la terraza, solo para llevarme la sorpresa de que no se encontraban ahí. Me asomé por las ventana más cercana a la casa y no veía nada.

Rodeé por la esquina buscando cómo entrar y me despego de la casa para ver si logro verlos en el balcón frontal. Comenzaba a preocuparme en serio cuando un auto derrapa a centímetros de mí provocando que casi me cayera.

Era un elegante Renault del que se bajó una chica morena de bonitas facciones con lentes oscuros en los ojos y un ceñido vestido negro profesional que enseguida me dio la vibra de ejecutiva amargada.

La mujer se quita los lentes y me mira de arriba abajo.

— Et qui êtes-vous? —dijo.

Me crucé de brazos y por supuesto que mi respuesta fue la más obvia:

—No hablo francés.

La mujer hizo un gesto como si hubiera olido algo desagradable.

—¿Quién es usted? —preguntó esta vez.

—Estaba en el tour y...

—¿Tour? —exclamó como incrédula —. Jean Claude me dijo que no habría tours hasta dentro de tres semanas.

—Pues sí, señorita — respondí ofendido —. Y el tal Jean Claude, está con mi amiga en alguna parte de esta casa y la estoy buscando.

Fue tremenda la expresión de la mujer. Abrió los ojos en su máxima extensión y su boca lentamente comenzó a torcerse en una mueca rabiosa que llegué a pensar que estaba a punto de transformarse en una mujer loba o algo parecido.

—El problema —dije tímidamente ante aquella expresión —, es que no logro entrar y...

Rápidamente su rostro se relajó, buscó en su pequeño bolso, me muestra las llaves y se acercó a la puerta para abrirla. Yo solo deseaba no llegar a ser testigo de algún crimen.

Entramos a lo que era una amplia sala con finos muebles, decorada con pinturas al óleo de los viñedos. Vi curioso que uno de los marcos, se parecía a uno que tenía en mi apartamento de Nueva York. Pero no había tiempo para ver más.

Seguí a la ejecutiva por una serie de salones que tenían sus puertas abiertas hasta que dimos con uno, cuyas puertas dobles y corredizas estaban cerradas. Aunque no suelo decir chismes, la risita de Natalia se escuchó tras esas puertas.

La mujer la abrió con una teatralidad digna de una película y ante los dos estaban los otros dos. Por suerte, aún de pie... y con ropa.

Natalia estaba parada junto a una mesa en la que había varias botellas de champaña, con sus mejillas enrojecidas y sus ojos entrecerrados, claramente ebria; mientras que el francesito la tenía abrazada por la cintura desde atrás y en el momento, en que se abrieron las puertas, trataba de besar su cuello.

—¡Jean Claude! —tronó la voz de aquella mujer como si fuera una diosa del Olimpo.

—¡Rossette! —exclamó el tipo. No tan impresionante —. Estaba... estaba...

De aquí en adelante, todo fue francés; y mientras la pareja discutía, tomé a Natalia de la mano y la jalé fuera de la zona de peligro. Lo juro, antes de salir la mujer había tomado un jarrón en sus manos y antes de que nos alejáramos, pude escuchar cómo se rompía.

Ladrón de Besos(Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora