Six; (+18)

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112 d.C

Rocadragón, tierras de la corona.


Alicent intentaba que sus pensamientos y dolor se fueran mediante sus rezos. Pero estos le golpeaban la cabeza, incluso en el pequeño espacio que había para los siete en Rocadragón. Tenía muchos sentimientos encontrados, y no sabía cómo expresarlos.

El rey le había preguntado si quería quedarse o volver a Antigua con su tío. Y la verdad, es que aún no podía imaginarse el hecho de que Otto y la madre que la había criado ya no estaban en este mundo. Aún no había hablado con su hermano, aún así. Tampoco sabía si este matrimonio le sentaría bien.

También, la carta de su padre la preocupaba. ¿Sería cierto? ¿No? ¿Sus prometidos lo sabrían? No tenía nada en claro, y aquello la ponía aún más nerviosa cuando estaba entre ellos.

Porque si era cierto, tendría sangre Targaryen. Podría volar un dragón por ella propia, y más cosas. ¿Tal vez, era lo que su padre quería? ¿Que tomara la posición que debería ocupar?

El leve contacto del hombro hizo que diera un leve respingo, moviéndose hacia atrás. Era la princesa Daenaera, que le hizo una sonrisa.

— ¿Te moleste en tus rezos? — preguntó, moviendo levemente la cabeza.

— No... Solamente me asustaste — la mujer hizo una leve risa.

— Lo siento. Te veía demasiado concentrada que ni te diste cuenta de mis pisadas. — Alicent hizo una mueca, mientras le acariciaba la mejilla — ¿Fui demasiado precipitada?.

— No — Daenaera se puso al lado de ella, mientras la pelirroja fruncía el ceño. — Es por otra cosa.

— ¿Rhaenyra? — Alicent negó. — ¿Es sobre tu padre?

¿Debía decírselo? Era su prometida, su familia, aunque no confirmada. La mujer entrelazó su mano con la suya, mientras ella intentaba pensar.

— ¿Crees... Que podrías confirmarme algo? La corte siempre ha dicho que tienes ojos en todas partes — Daenaera se rió.

— Más bien tengo a la mejor que hace eso. Pero si necesitas alguna confirmación, puedes pedirme lo que quieras. Eso sí, a Daemon se lo diremos más tarde. Debes aprender, que tu futuro esposo es impulsivo. Bueno, si más o menos sabías manejar a Rhaenyra, podrás con Daemon.

— A Rhaenyra no le gustó nuestro compromiso... — Musitó, aún pensando en lo de hace días atrás.

— Ella tiene que pensar en los intereses del reino, no los de ella. Pero creo que cometerá ese error. — Alicent hizo una mueca. — Aún así, es joven para saber lo que tiene que hacer.

— ¿Y tú crees que nuestra relación será distinta?

— Ya es distinta, Alicent. Debes saber, que no todo dura en esta vida. Y debes saber, que muchos querrán beneficiarse de tu estatus. Por eso debes buscar a los más fieles a ti y tener mano dura, si hacen algo contra tuya.

Alicent asintió, acogiendo el consejo de la princesa cómo suyo. La pelirroja le habló de su problema, y le dijo que encontraría alguna pista o confirmación.

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La pelirroja observó cómo llegó Melenys a Rocadragón, dando paso a la princesa Rhaenys llegar. La reina que nunca fue, aquella que fue apartada de la línea de sucesión por el mero hecho, de ser mujer. No quería pensar lo que estaría pensando con aquel compromiso. Sabía que su padre no era del agrado de muchos en la corte.

𝘓𝘢 𝘤𝘢𝘯𝘤𝘪𝘰𝘯 𝘥𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora